Los campos Elíseos fueron, 20 años después, el escenario icónico de la explosión de júbilo de los franceses para celebrar su segundo triunfo en el mundial de fútbol.
El delirio de la hinchada volcó a la avenida más bella de la ciudad más hermosa del mundo, unas multitudes, aún más numerosas que las que vitorearon la liberación de París del dominio nazi en 1944.
Pero la selección de Didier Deschamps, jugador entonces y entrenador victorioso hoy, lucía en las fotografías y en los registros televisivos muy distinta a la que acaba de ganarse la Copa Mundo, haciendo gala del espíritu de equipo más sólido y del mejor fútbol del planeta.
Sin embargo, los rostros de los vencedores no son ya los blancos casi homogéneos de los de la Francia de hace apenas dos décadas.
Predominan en la cancha los M’Bappé, Umtiti, Pogba, Kanté y Matuidi. Reflejan una Francia diversa, multicultural y racialmente enriquecida por el aporte de la inmigración que ha sido la clave del éxito de Francia, Bélgica e Inglaterra, tres países que lograron imponerse y llegar a los cuartos de final en las sucesivas eliminatorias y que cuentan en sus nóminas titulares con 17, 11 y 6 jugadores respectivamente, cuyo origen se localiza bastante lejos de sus propias fronteras.
El equipo galo triunfador no es solo es azul, frecuentemente se reconoce como arcoíris porque está integrado por sangres provenientes de 14 pueblos diversos.
Fueron 32 los países clasificados para competir en Rusia, “pero de los 736 jugadores participantes 82 no nacieron en la nación que fueron a representar y bastantes más tienen ascendencia foránea.
Croacia, subcampeón, cuenta en su nómina con dos jugadores nacidos en el extranjero. Varios más son originarios de otros territorios de la antigua Yugoeslavia.
Según el Timer of India el” 65,2% de los jugadores suizos es inmigrante o proviene de familias que lo son. En Alemania la cifra alcanza el 39,1%; en Portugal el 30,4%; en España y Suecia un 17,4%, y un 13% en Dinamarca”
El fútbol más que un deporte es una pasión, la guerra sublimada de nuestro tiempo y un culto religioso que además expresa los cambios generados al interior de cada sociedad.
La camiseta entre los 3.500 millones de fanáticos futboleros se ha convertido en un símbolo patriótico tan potente como la bandera o el himno nacional.
Pero, mientras el fútbol eleva a la categoría de dioses del Olimpo posindustrial a los cracks del balompíe, millares, más de 45.000 de sus congéneres, yacen en el fondo del azul Mediterráneo, ahogados en el intento desesperado de alcanzar una Europa, que se está replegando, para cerrarse detrás de un muro tan implacable como el que Trump pretende erigir en la frontera con México.
En una realidad globalizada en el cual deambulan 27 millones de desplazados y cada una de siete personas se encuentran en estado de migración, el veneno de la xenofobia, el nacionalismo enfermizo y la discriminación amenazan con implosionar la Unión Europea y pululan por todas partes sin excluir a la Francia que se defiende con Macron de las intenciones perversas de Marine Le Pen.
Angela Merkel tambalea ante las arremetidas de sus propios socios de coalición empecinados en cerrarle las puertas a la inmigración al igual que la ultraderecha italiana catapultada recientemente al poder por la fuerza impulsora del odio al inmigrante de color o islamista que también condicionó el éxito del Brexit y la elección de la pesadilla americana que se llama Donald Trump.
El miedo y el rechazo al diferente y al pobre se están expandiendo entre la ciudadanía europea alimentados por partidos que obtienen sus caudales electorales impulsando posturas simultáneamente nacionalistas, xenófobas y antieuropeas.
Polonia, Hungría, República Checa, Eslovaquia, Croacia y Austria han venido a reforzar el campo de las naciones que se oponen a la puesta en práctica del principio impulsor de los Tratados de la UE que es el de la solidaridad para reubicar inmigrantes y solicitantes de asilo
Los colombianos no somos la excepción. Después de más de medio siglo de atrocidades, en medio de una polarización que no cede lo único que logra unificarnos, mientras compiten, es el ánimo de triunfo alrededor de la selección de James, Falcao y Mina. Pero seguimos sumidos y envenenados por el revanchismo contra las FARC y arriscando la nariz frente a los cientos de miles de venezolanos que llegan en busca del refugio, que su país otorgó con generosidad y plenos derechos a los colombianos que huyeron en un pasado reciente de la guerra en Colombia para asentarse en la vecina república.
También nos negamos a reconocer y a resolver el problema de nuestros propios refugiados internos, más de siete millones. A los compromisos del acuerdo de paz, actores armados, propietarios de tierras, narcotraficantes y hasta representantes del Estado, están respondiendo con el asesinato selectivo de los líderes sociales.