El río Bogotá nunca ha sido un actor principal del modelo de desarrollo urbano que se ha impulsado en el Distrito. Por el contrario, el río ha sido la víctima del crecimiento urbanístico, de las actividades industriales y de las descontroladas tareas productivas en el sector rural.
La tragedia del río Bogotá comienza por un aspecto que pasa desapercibido en los análisis y es su invisibilidad. Su recorrido no se realiza por el primer plano urbanístico de la ciudad sino por marginalidad geográfica. El hecho de que la gente no vea el río en toda su dimensión, es lo que genera un desconocimiento de su importancia. Además, el río es señalado por muchos actores como un intruso que limita el desarrollo y le pone freno al crecimiento
Recordemos que el río Bogotá nace en el Páramo de Guacheneque, cerca al municipio de Villapinzón, donde comienza a contaminarse con aguas infectadas de químicos utilizados en la producción agrícola, residuos de curtiembres, vertimientos y desechos de nuevas urbanizaciones. A Bogotá llega contaminado, pero a su paso por la Capital cualquier esperanza de vida en su interior desaparece.
Así lo entregamos al Salto del Tequendama: como una cloaca torrentosa que desciende entre aguas negras y malolientes que buscan respiro en el río Magdalena, otorgándonos el deshonroso primer puesto entre los ríos más contaminados del país.
Desde el 2004 una sentencia del Tribunal de Cundinamarca le ordenó a más de 40 instituciones descontaminar el río Bogotá. El fallo fue ratificado por el Consejo de Estado nueve años después. Son 13 años de un mandamiento judicial con muy pobres resultados, a pesar de que algunas autoridades han desarrollado acciones de descontaminación y efectuado inversiones para construir obras de mitigación. Pero el río sigue moribundo.
Subsiste, sin embargo, la esperanza de que el río Bogotá pueda salvarse, tal como ocurrió con el Támesis en Londres, que en 1957 fue declarado biológicamente muerto. Pero gracias a que las autoridades implementaros medidas y controles más estrictos, y los ciudadanos se convencieron de su importancia, el río dejó de ser una cloaca y resucitó. Hoy existen en sus aguas más de 125 especies de peces, además de ser una vía de importancia comercial y turística.
Bogotá y todas las entidades responsables judicialmente de recuperar el río Bogotá, tendremos que ser capaces de hacer la tarea. Es un asunto de decisión política y de mayor control por parte de las autoridades disciplinarias. El acuerdo entre la Alcaldía de Bogotá, la Gobernación de Cundinamarca y la CAR, abre la esperanza de un mejor futuro para este afluente, especialmente con el avance de los trabajos de la construcción del túnel Tunjuelo – Canoas, que ha exigido inversiones multimillonarias y permitirá desarrollar una planta de tratamiento de muy buenas dimensiones técnicas.
Lo que aspiramos los bogotanos, es que la CAR se asegure que las aguas del río Bogotá lleguen a la Capital en buenas condiciones y para ello debe ejercer su autoridad ambiental. Además, debe buscar que una vez se realiza el proceso de tratamiento de aguas residuales por parte de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, estas no vuelvan a ser ensuciadas por los desechos que arrojan los habitantes y las industrias de los municipios por donde pasa este río antes de desembocar en el Magdalena.
Es evidente que la tarea de salvación del río es de todos y que en ese sentido debemos comprometer nuestros mejores esfuerzos por lograr que en un tiempo relativamente corto podamos tener al río Bogotá como un símbolo de nuestra gesta cívica y un actor importante del modelo de desarrollo urbano.