No importa que la corrupción sea tema de la adelantada campaña presidencial en Colombia, lo cierto es que esto tocó fondo. Debe atenderse con fórmulas políticas y jurídicas donde aflore una reforma al sistema electoral de manera radical, en respuesta al sobrediagnósticado problema realizado en los medios de comunicación, especialmente observado en la Revista Semana, donde claramente se identifica que la corrupción permeó las distintas expresiones de nuestra sociedad, sin ser la excepción el rol del sector privado, la administración pública y la política. No debe valer la pena ninguna de estas actividades si éstas no dan lustre o buen nombre.
No es este mal exclusivo nuestro, como quedó demostrado con el caso Odebrecht, la constructora brasilera y campeona mundial en sobornos y coimas para lograr la contratación pública a nivel mundial, con tentáculos inmensos y venenosos en por lo menos 12 países (Angola, Argentina, Brasil, República Dominicana, Ecuador, Guatemala, México, Mozambique, Panamá, Perú, Venezuela y claro, nuestra Colombia), enlodando el nombre de mandatarios que hasta hace poco veíamos como transparentes e impolutos, caso Lula da Silva, Dilma Rousseff y Alejandro Toledo.
Se anuncia que salpicará acá también a muchos empresarios, congresistas, gobernadores y alcaldes, faltando el destape de los paraísos fiscales que vengo denunciando de tiempo atrás y que sirven de escondite de estos recursos mal habidos con reserva bancaria y que como en el caso de Odebrecht con las cuentas offshore, se utilizaron para realizar las transacciones financieras de las coimas y los sobornos trasnacionales.
Odebrecth destapa gran parte del problema y se avecinan escándalos de marca mayor acá, como Reficar, Hidroituango y corrupción en la vida regional y local, poniendo en evidencia que esto es generalizado.
Es conveniente el debate para evitar que el fenómeno se vea como “algo normal”. Y que no importe que las campañas se conviertan en un área de candela, así evitaremos, como en el adagio popular, que quien tenga rabo de paja no se arrime a ella. Hay que actuar sin remilgos ni purismos alrededor del Fast Track, generando un marco normativo de depuración política, abordando temas sin miedo como el de la Corte Electoral despolitizada, independiente y con instrumentos para resolver en tiempo real inhabilidades de candidatos y electores, financiación de campañas, entre otras. Hay que fortalecer los partidos de verdad con instrumentos de democracia interna y mayor responsabilidad en el otorgamiento de avales. Lista cerrada y voto obligatorio.
Debe haber un revolcón en los organismos de control con exigencias mayores para el ingreso de sus funcionarios a estos entes que se volvieron ineficaces y complacientes. Que aplique el polígrafo.
Al medio de este maremagno, no vale la pena hacer política. O cambiamos esto o que nos cambien.