El mundial de futbol Rusia 2018 confirmó dos tendencias características de la globalización y el mercantilismo del mundo en que vivimos: la primera, que el futbol es un deporte de inmigrantes donde el dios dinero prima sobre los símbolos patrios; la segunda, que hay inmigrantes buenos que se reciben con los brazos abiertos, e inmigrantes malos rechazados como escoria.
El peso de los inmigrantes, sobre todo afro descendientes, en los equipos europeos ha sido muy comentado en todos los medios y tal vez la imagen que mejor lo simboliza es el meme de la bandera de Francia donde en la mitad del tricolor azul, blanco y rojo resalta el perfil en negro del continente africano.
Tres de los cuatro equipos semifinalistas en el campeonato –Francia, Bélgica e Inglaterra- tenían una importante cuota de jugadores de ascendencia africana. Francia el que más, con el 60% de su selección con apellidos tan parisinos como Umititi, Kanté o Pogbá, pero también el 50% de quienes defendían los tres leones de la selección de Inglaterra eran descendientes de los esclavos africanos de las colonias del desaparecido imperio. El pasado colonial del Congo Belga también aportó su cuota a uno de lo equipos sorpresa del torneo.
Pero hay otro aspecto de los flujos migratorios en el futbol que ha sido menos comentado. Es el enorme peso de los emigrantes en casi todas las selecciones nacionales, que son conformadas en su inmensa mayoría por jugadores fichados por equipos de países diferentes al que representan.
Según la confiable información del álbum de Panini, los casos extremos son el subcampeón Croacia, Bélgica, Suecia y Brasil en los que el 100% de los jugadores han salido de sus países de origen para jugar en equipos de otras latitudes. En el otro extremo están Inglaterra y Rusia, cuyos seleccionados juegan todos en equipos locales, mientras que Alemania y España tienen el 6% y 70% de sus jugadores participando en sus campeonatos locales
Los otros latinoamericanos no nos quedamos atrás en la exportación de jugadores: Uruguay, Argentina, Perú y Colombia tienen que “repatriar” a más del 80% de sus jugadores para integrar las selecciones nacionales, mientras que México y Costa Rica un “solo” el 70%.
Los principales países de destino de estos emigrantes son las grandes ligas europeas en Inglaterra, España e Italia, y un poco menos en Alemania y Francia, donde no solo dan la bienvenida a estos metecos sino que pagan multimillonarias cifras por sus pases, lo que nos lleva al segundo punto de este comentario, que el rechazo a los inmigrantes es selectivo.
La filósofa española Adela Cortina acuñó una nueva palabra para nombrar esta actitud: la “Aporofobia”, que es la fobia o el rechazo a los pobres. Según su acertado análisis las actitudes europeas o gringas contra los inmigrantes no responden a las diferencias de raza o religiones, pues no existe una xenofobia (rechazo a los extranjeros) generalizada, sino focalizada en los inmigrantes pobres.
Aún en los países donde los populistas de extrema derecha han convertido el rechazo a los inmigrantes en su bandera política, se recibe con los brazos abiertos a turistas e inversionistas y, por supuesto, a los futbolistas de cualquier raza o religión. Por eso en Europa hay una crisis migratoria y este año han muerto 1.400 inmigrantes africanos ahogados en el Mediterráneo, pero Mbappé es un héroe nacional.