Por estar tan concentrados en las elecciones del próximo domingo prestamos poca atención a la economía mundial, donde puede comenzar pronto una guerra comercial por las confusas políticas proteccionistas de Trump, que cada vez lo separan más de sus aliados y de sus socios comerciales.
La guerra comercial que plantea Trump tiene tres aspectos distintos. El abandono del multilateralismo, la protección de sectores particulares y la pelea por la propiedad intelectual y el control de la tecnología. Los tres son la forma como Trump cree que puede cumplir con la promesa central de su campaña: “América (es decir Estados Unidos) primero”.
Por su inclinación al unilateralismo se retiró de la Alianza TransPacífica, y de los acuerdos de París sobre el cambio climático y del acuerdo nuclear con Irán; además exigió de manera unilateral la renegociación del TLC con Canadá y México (NAFTA). Pero con total incoherencia ha propuesto que Rusia vuelva a ser admitida al G-7, grupo del cual fue excluida después de la invasión a Crimea.
Para demostrar su decisión de proteger a empresas de regiones que votaron por él, anunció aranceles adicionales a las importaciones de acero y aluminio, en contra de China pero también de sus aliados Europeos, Canadá y México. Y para reducir el enorme déficit comercial con China anunció aranceles a 50.000 millones de dólares de productos importados de ese país.
El tercer frente de la guerra, que es el verdadero trasfondo de la pelea con China, es la pelea por el control de la tecnología y los derechos de propiedad intelectual. Es conocido que China logró su acelerado desarrollo económico violando todas las normas del libre comercio y, en particular, “apropiándose” de las tecnologías que llevaban las multinacionales que querían invertir allí, y que ahora encuentran que compañías chinas son sus principales competidoras.
Estados Unidos quiere nivelar el campo de juego y exigir a China que cumpla con las reglas de la Organización Mundial del Comercio (OMC), es decir que no continúe con las prácticas de protección selectiva, subsidios a las empresas, créditos baratos, exigencias de compras domésticas y sobre todo los requerimientos de transferencia de tecnología que consideran una piratería tecnológica.
Como señalaba en un artículo reciente el conocido economista de Harvard Dani Rodrik, estas exigencias muestran una evidente doble moral por parte de los Estados Unidos, pues olvidan que ellos mismos lograron su desarrollo industrial en el siglo XIX robando tecnología a Inglaterra que era la potencia industrial de la época y restringiendo las importaciones que competían contra su industria doméstica.
En los debates sobre el desarrollo económico, esta doble moral se conoce como la estrategia de “quitar la escalera”: Los países que se desarrollaron usando políticas industriales proteccionistas y pirateando tecnología, prohibir que los países que vienen detrás en el proceso de desarrollo utilicen las mismas estrategias y les imponen políticas de liberalización de sus mercados. Subieron al segundo piso usando una escalera que ahora quieren quitar para que otros no puedan subir.
Así lo hicieron en la década de los noventa del siglo pasado con los prestamos del Banco Mundial y el FMI. Condicionados a que se siguiera el Consenso de Washington, y de una forma más sutil en este siglo a través de los TLC y los tratados de protección de inversión extranjera. Con China no lo pudieron hacer y la de ahora una guerra entre piratas.