“Hoy por ti mañana por mi”

Opinión Por

Cuando mirábamos desde la distancia con perplejidad pero creyendo ser ajenos a los sucesos dramáticos relacionados con los flujos migratorios que han puesto de cabeza a la Unión Europea, hasta el punto de amenazar su propia existencia, el país se ha visto sorprendido por la avalancha de venezolanos que, como en el viejo Continente, huyen del hambre, la falta de alimentos y medicinas, la inseguridad y la turbulencia política que se han abatido sobre su país de origen.

A cien años exactos de la celebración del armisticio que puso fin a la Primera Guerra mundial Europa se está dividiendo como en 1914. Los Estados Unidos, con ese azote de la humanidad que se llama Donald Trump a la cabeza, están repitiendo, como si jamás hubieran aprendido nada de los horrores padecidos en el sigo XX, la historia del aislacionismo y las guerras comerciales, que contribuyeron a incubar el fascismo y el apocalípsis de las dos guerras mundiales.

Con la irrupción de los nacionalismos a ultranza y los populismos los crímenes de odio se han vuelto a poner a la orden del día.  Ya nada, ni el progreso, ni las libertades, ni los derechos humanos, ni la democracia, como lo advirtió Angela Merkel durante los actos conmemorativos del final de la confrontación, pueden darse por sentado como conquistas definitivas del género humano.

De golpe, sin experiencia previa en el manejo de olas migratorias Colombia ha recibido el impacto de un flujo incesante de personas urgidas de todo, aun mayor en términos numéricos que el que se ha vertido sobre Europa durante los 6 años de guerra en Siria.

Según el Banco Mundial el impacto de la migración venezolana en Colombia puede costar alrededor de 1,000 millones de dólares, «La migración desde Venezuela ha conllevado una demanda adicional de servicios básicos en Colombia, como salud y educación, que pone presiones financieras en el corto plazo.”

Inicialmente la comprensión y la solidaridad de los colombianos se hicieron sentir, pero ahora estamos empezando a reaccionar de la peor manera posible ante un fenómeno tumultuoso que no podemos evitar, que nos desborda y que seguirá agravándose y que no tenemos más remedio que aprender a gestionar.

El camino no es de la agresión y el insulto que restallan en el transporte público y en los barrios donde se hacinan los migrantes provenientes del hermano país, que se han visto forzados al éxodo porque el estado venezolano dejó de garantizarles la cobertura de sus necesidades y sus derechos ciudadanos básicos.

Y mucho menos y nunca más el de los linchamentos como el de quien resultó víctima el joven cartagenero Maikel Eduardo Mabello, un obrero de la construcción, padre de 2 niños, a quien la pobreza había llevado a Venezuela en busca de oportunidades y la crisis trajo de vuelta para parecer a manos de una turba brutal, manipulada a traves de las redes sociales, con la acusación falsa   de robar niños.

Hasta ahora, ni la sociedad colombiana, ni los medios, ni las mismas autoridades han  condenado con la contundencia debida este crimen atroz.

Hasta ahora, ha salido de Venezuela, según cifras de la firma Datanálisis el 7% de la población y se espera que en los próximos tres años emigre entre un 15 y un 20 % más. Muchos de ellos en tránsito y otros con el ánimo de quedarse van a seguir poniéndole abrumadora presión a nuestros presupuestos y a la ya precaria oferta de servicios sociales en materia de trabajo, salud, educación y techo.

Aunque los venezolanos no son en nada distintos a nosotros ya que compartimos cultura, raza, religión, historia común, alma latinoamericana sensibilidades culturales  y afectivas e idioma, están asomando, aquí y allá, peligrosos brotes de xenofobia y racismo que cualquier ser humano, por el solo hecho de serlo tiene el deber de condenar sin atenuantes y que las autoridades están obligadas a combatir con todo el peso de la ley y el concurso proactivo de la institucionalidad en su conjunto para evitar que se reproduzcan.

La nuestra ha sido una nación secularmente cerrada y a la cual, quizá por los niveles   de terror que hemos padecido durante décadas, pocos estuvieron decididos a elegir como destino de vida.

En cambio Venezuela, desde siempre y particularmente entre 1950 y 1980, con su riqueza petrolera y unas políticas de inmigración abiertas y generosas se convirtió en polo de atracción y refugio permanente para un gran número de extranjeros, entre ellos cientos de miles de colombianos que huían del recrudecimiento de las violencias cruzadas generadas en nuestro territorio por la confrontación política partidista, la aparición de movimientos insurgentes, el narcotráfico y el paramilitarismo.

Aunque sin sustento en cifras siempre se aseveró que por lo menos 5 millones de colombianos residían de manera permanente en Venezuela siendo beneficiarios de los mismos derechos que los nacidos allí.

Además, las migraciones bien gestionadas se convierten en oportunidades de crecimiento económico a mediano y largo plazo. El propio Banco Mundial reconoce que si nuestro país adapta urgentemente su marco normativo y medio millón de venezolanos se incorporan a la actividad productiva en Colombia nuestro PIB registrará un crecimiento muy significativo. Es hora de apostarle al optimismo y a la solidaridad.