Colombia es un país de regiones. Nuestra nación tiene una característica que constituye una verdad incontrovertible: la unidad nacional está construida sobre la diversidad regional y sobre modos de ser de cada territorio.
La unidad nacional no se discute, se acepta y se consolida. Somos colombianos y no se pone en duda que todos pertenecemos a esta república. No obstante, las diferencias que hay entre unos y otros.
Es suficiente con escucharnos para confirmar tal diferencia. Esto no se puede ignorar, nos da identidad.
“El habla es la morada del ser”, como enseña Martín Heidegger en De camino al habla. Somos colombianos y a la vez somos Caribe porque hablamos como caribeños; somos santandereanos o antioqueños porque hablamos como santandereanos o antioqueños; somos cundiboyacenses o del Pacífico porque hablamos como cundiboyacenses o del Pacífico; somos de los Llanos o del Eje Cafetero porque hablamos como llaneros o con la musicalidad del Eje Cafetero; somos nariñenses o tolimenses porque hablamos como nariñenses y tolimenses. En fin, somos colombianos porque hablamos el acento de nuestras regiones.
Por otra parte, como en el habla es que pensamos, en consecuencia, es el lugar en el que nuestra libertad política encuentra fuerza y potencia, allí yace la justa reivindicación de la regionalización, su fundamento y argumentos. Pensamos como hablamos y esta voz reclama ser escuchada y respetada. Tenemos el derecho a ser oídos.
Lo que debe ser escuchado y oído es la voz que reclama el derecho a autogobernarnos con leyes propias y autoridades regionales, por eso insistiremos, sin descanso, en un gran acuerdo por las regiones que en el marco de la unidad, no dependa del centralismo lejano y ausente. Siempre lo sentiremos así porque es un modelo construido sobre la base del autoritarismo y la ausencia de democracia.
Rafel Núñez, en su discurso del 11 de noviembre de 1885, expresó la fuente del centralismo, así: “Las Repúblicas deben ser autoritarias, so pena de incidir en permanente desorden y aniquilarse en vez de progresar”.
Este modelo autoritario del centralismo condujo a las guerras internas del siglo XX y XXI. El lenguaje político de la ciudadanía de las regiones tiene que ser el que hable cada ciudadano de los territorios, que su voz política sea escuchada y participe en forma directa o representativa en los asuntos de interés para sus regiones.
No al autoritarismo. Deliberar y decidir en el lenguaje político de cada región es democracia. La nuestra necesita de la regionalización. En este sentido, oponerse a la expedición de esta norma con el argumento de que fomentará la burocracia y la corrupción es una ofensa para la ciudadanía de los territorios, cuando sabemos que esos precisos problemas tienen su médula en el centralismo y se irradia al resto del país.
Las regiones necesitan salir de la minoría de edad en que están. Ya Enmanuel Kant, en su Respuesta a la pregunta ¿Qué es la Ilustración? explicaba qué es la minoría de edad y cómo se sale de ella. Lo argumentó con las ideas de la capacidad de autogobierno, que no es más que direccionarse con leyes y autoridades propias, lo que permitirá salir de la absurda minoría de edad y alcanzar el progreso y la paz en el marco de la unidad nacional. El camino es la regionalización. Oponerse es frenar la equidad en los territorios y ampliar la desigualdad regional, que de plano es vergonzosa.