La aguda crisis que afronta Venezuela tiene tres aristas fundamentales, la política, la económica y la social, con una gran imbricación entre ellas tres. Desde 1999 empezó a gestarse en Venezuela lo que denomina acertadamente el sociólogo argentino O´Donnell la “democracia delegativa” o de “baja intensidad”, que llevó a los venezolanos a delegar todo el poder de decisión en las manos de un líder mesiánico, carismático y providencial, como lo fue en vida Hugo Chávez Frías. Y ello fue posible por el desencanto del pueblo y su desapego a la institucionalidad, a consecuencia de la corrupción rampante y el desprestigio de la política y de los políticos tradicionales. El “socialismo del siglo XXI” que preconizó Chávez y profundizó Maduro ha conducido a Venezuela a un callejón sin salida y ha trocado a Venezuela en un Estado fallido. De hecho Venezuela ocupa el puesto 117 entre 167 países calificados por The Economist Intelligence Unit y Ecoanalitica en el Índice de democracia, con una puntuación de 3.87 sobre 10.
Es bien sabido que la política es la expresión concentrada de la economía, no se pueden separar la una de la otra, pretender separarlas sería como intentar aplaudir con una sola mano. La economía sigue la suerte de la política y esta la de aquella. La política económica durante el largo período de la llamada “revolución Bolivariana” ha sido un desastre, pues lejos de superar las dolamas que agobiaban a la economía a consecuencia de su total dependencia del petróleo, se acentuaron. Sus exportaciones de crudo representan el 96% de las exportaciones totales y de allí que mientras el precio del mismo superaba los US $100 el barril, la bonanza de los petrodólares alcanzaba para dar y convidar. Pero esta es sólo una cara de la moneda.
Como bien dijo Warren Buffet, “cuando baja la marea se sabe quien nadaba desnudo” y eso pasó con Venezuela. Después de exportar crudo a US $246.50 el barril en junio de 2008, su precio llegó a rozar los US $25 en enero de 2016, para luego repuntar en el 2017 hasta alcanzar el precio promedio de US $52.10 el barril, muy lejos de los añorados US $100. El impacto de la destorcida de los precios en su balanza comercial y en sus finanzas públicas ha sido demoledor, tanto mayor en cuanto que al desplome de los precios se vino a sumar la caída de la producción, desde los 3.4 millones de barriles/día en 1998, en vísperas del ascenso de Chávez al poder, a los 1.83 millones en noviembre de 2017. Y las expectativas no son halagüeñas, ya que la exploración viene de capa caída, de 81 taladros en operación en 2013 pasó a sólo 40 en 2017. Ello no deja de ser paradójico en un país que cuenta con las mayores reservas de petróleo del mundo (297.000 millones de barriles), por encima de Arabia Saudita.
Este descalabro de la industria petrolera en cabeza de la estatal PDVSA ha arrastrado a la economía, hundiéndola en una profunda recesión, en la que se combina una caída del crecimiento del PIB del 15% en el 2017 con una hiperinflación sin par en el hemisferio de 2.616% (¡!), según el FMI, el único país en el mundo con inflación de cuatro dígitos. Se estima que Venezuela ha perdido 40% de su PIB en los últimos 4 años, durante los cuales se ha venido destruyendo su aparato productivo. El férreo control de precios por parte del Gobierno, la intervención del mercado y las medidas confiscatorias que se han tomado sólo han servido para provocar el desabastecimiento de los productos básicos y el saqueo del comercio por parte de turbas enardecidas para hacerse a ellos. Esta espiral alcista ha dado al traste con el poder adquisitivo del Bolívar “fuerte”, al punto que la tasa conocida como Dicom, ahora la única oficial, que se cotizaba en agosto de 2017 a 4.146.13 bolívares por Euro, pasó ahora a transarse, con el “Nuevo Sistema de Cambio Complementario”, por disposición del Banco Central, a 30.987.5 bolívares (¡!). Es tanta la desmesura que de muy poco les ha servido a quienes devengan el salario mínimo en Venezuela que en el transcurso de 2017 se lo hubieran reajustado 6 veces (¡!) y que arrancara el 2018 con un primer reajuste del 40% (¡!).
El Gobierno de Nicolás Maduro atribuye esta calamitosa situación a la “guerra económica” que le ha declarado el “Imperio” y se enfrenta a este tal y como el ingenioso Hidalgo de Don Quijote de la Mancha lo hizo contra el espejismo de los molinos de viento. De allí que, en su desesperado afán de evitar el colapso de la economía llegó al extremo de aferrarse a la criptomoneda, cuya moneda virtual bautizó con el sugestivo nombre de Petro, dizque “para vencer el bloqueo financiero” del cual, supuestamente, es objeto Venezuela. Según él dicha moneda está respaldada por la riqueza del país, fincada en sus reservas de petróleo, gas, oro y diamante. Pero estas maniobras no han impedido que las firmas calificadoras de riesgo Standard and Poor´s y Fitch rebajaran la nota para la deuda soberana de Venezuela y a la misma PDVSA a “categoría especulativa de alto riesgo” y “default selectivo”, respectivamente. Es un hecho que la economía venezolana ha implosionado y le tomará mucho tiempo reponerse.