La intolerancia como derecho

Opinión Por

La libertad de expresión, como derecho humano ampliamente reconocido, es un pilar fundamental de las sociedades democráticas en el mundo. No obstante, a diario nos vemos bombardeados por noticias provenientes de diferentes países en todo el mundo que nos deben invitar a reflexionar sobre su alcance y hasta qué punto debemos tolerarla. ¿Cuál sería el límite de la libertad de expresión? ¿Podemos invocar el derecho a expresarnos libremente para profesar ideas de cualquier naturaleza?

Una de las conquistas más grandes del Estado liberal consistió en el rechazo absoluto a cualquier tipo de poder ilimitado. Ni siquiera la libertad misma puede serlo, ya que ello degeneraría en libertinaje. Si bien el ejercicio de los derechos debe ser libre, su goce no debe afectar a terceras personas. La Convención Americana Sobre Derechos Humanos, tratado internacional suscrito y ratificado por Colombia, establece en su artículo 13 que el ejercicio de la libertad de expresión no puede estar sujeto a previa censura, pero debe ejercerse en forma responsable para asegurar fines superiores tales como el respeto a los derechos de los demás, la protección de la seguridad nacional, o el orden público.

El filósofo austriaco Karl Popper, en su obra La sociedad abierta y sus enemigos, reflexionó sobre lo que él denominó como “la paradoja de la intolerancia”. Para él, como sociedad, nos debemos reservar el derecho de impedir, si es necesario por la fuerza, la expresión de concepciones filosóficas intolerantes. Lo anterior, afirma, pues los intolerantes abandonan la argumentación racional y, al refugiarse en el prejuicio, convencen a sus adeptos que toda tesis que difiera de su ideología es engañosa, pudiendo llegar al extremo de enseñar a responder a las ideas mediante el uso de la violencia. Así, continua Popper, en nombre de la tolerancia, debe existir el derecho a no tolerar a los intolerantes llegando incluso a considerar criminal cualquier incitación a la intolerancia. Le asiste la razón.

Trayendo una discusión que es reiterada en nuestro país, ¿tienen derecho los religiosos a creer que ser homosexual es mal visto por su dios? Sí. Se es libre de pensar y ello debe ser protegido. Lo que no tiene cabida en una democracia como la nuestra, es que un religioso pueda usar su fe para perseguir homosexuales, tal como lo hicieron Alejandro Ordoñez Maldonado, cuando fue Procurador, o Viviane Morales, con su fallido referendo. Ambos, cegados por el dogmatismo irracional de sus creencias, se aferran a la libertad de expresión para diseminar su odio en contra de una minoría poblacional ya bastante estigmatizada y perseguida. Millones de personas marchan en sus convocatorias públicas y, convencidas de salvar a la sociedad del pecado, apoyan todo tipo de iniciativas tendientes a restringir los derechos de la población LGBTI. A cualquiera que se oponga a este discurso de segregación y odio con argumentos racionales, bien sea antropológicos, biológicos o legales, se le acusa de “cristianofobia” o de ejercer censura.

La libertad de expresión, además de un derecho, conlleva una obligación: puedo expresarme, pero también debo aceptar la crítica que se me haga. ¿Cuándo un discurso deja de ser irreverente u ofensivo para pasar a incitar al odio y a la violencia? La línea es tenue y en ocasiones difícil de encontrar, pero deviene prístinamente clara cuando se pasa de dar un sermón en el templo invitando a los fieles a alejarse del “pecado” que representa la homosexualidad, a pretender convocar a la ciudadanía a las urnas para votar contra los derechos reconocidos por la Corte Constitucional a los homosexuales.

Dicen que un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetir sus errores. Vale la pena recordar cómo el discurso de odio racista y antisemita que hizo carrera en Alemania, llegando incluso a ser avalado por algunos científicos a través de vertientes tales como el “darwinismo social”, fue el precedente del holocausto judío. Hay discursos que no merecen protección. Como bien afirmó Esteban Ibarra “el discurso de odio precede al delito, al igual que la propaganda precede a la acción”, y no debe confundirse la libertad de expresión con la libertad de agresión. Los fanáticos religiosos, en su defensa, alegan la libertad de expresión para promover sus creencias cuando lo que en realidad pretenden es la absoluta impunidad para segregar y degradar a otros. No debemos permitirlo.

Las sociedades libres tienen el derecho, e incluso la obligación, de protegerse de quienes pretenden destruirlas. La tolerancia irrestricta hacia los intolerantes, más cuando estos tienen la capacidad de movilizar a las masas bien sea por su poder político, influencia religiosa u otros aspectos, resulta incompatible con el verdadero liberalismo. Toda manifestación o arenga que incite a la discriminación, debe ser prohibida en forma absoluta y socialmente reprochada. La libertad de expresión es un derecho, es cierto; pero la dignidad humana es, por expreso mandato constitucional, un principio fundamental del Estado colombiano (artículo 1, Constitución Política).

Se vale ser intolerante si de defender la dignidad humana se trata.

Abogado de la Universidad Externado de Colombia. Especialista en Gestión Pública de la Universidad de los Andes.