Término que escuché por primera vez en el Instituto Español de Administracion Publica en Madrid, España, que permea a la administración pública y que consiste en el ejercicio tiránico y absolutista por parte de los servidores del Estado ubicados en los mandos medios del poder. Estos, tergiversan las políticas públicas , los planes de desarrollo , los programas de gobierno , mal interpretan las normas , se inventan requisitos y procedimientos alrededor del cual construyen nichos de poder indisolubles y que dan al traste con las intenciones y propuestas de los gobernantes. En síntesis es el gobierno de los mandos medios que se convierten en los palos que se le atraviesan a la administración pública y la hacen nugatoria en sus alcances y causa desprestigio a los gobernantes a quienes tachan de ineficientes por una mala percepción.
El Estado hace esfuerzos para neutralizar la interferencia con la expedición de normas regulatorias y precisas sobre la eliminación de trámites en la administración publica, pero estos mandos medios tienen sus propios códigos, son resabiados y malhumorados y para completar si son cuotas políticas inamovibles o están en carrera administrativa la situación se hace más complicada y desesperante.
Así se engendran los burócratas empedernidos, petulantes, despiadados, acaba pantalones, irresponsables, negligentes, aplastados en sus taburetes, con los egos inmensos como una catedral, insensibles ante el usuario que pide información o solicita un servicio.
Su ineficiencia, pasividad e inactividad hacen posible que a su alrededor merodee la corrupción, puesto que para agilizar los trámites o solicitar un servicio hay que canjear favores o dar dádivas. Traigo a colación un ejemplo de un mando medio, un tesorero, quien para pagar facturas o cuentas de cobro montó una alcabala o peaje rentable para girar los cheques, o aquel que manifestaba que para finiquitar y pagar el compromiso le faltaba sólo un “sello” y se refería a continuación a un “sello negro” famosa marca de un whisky.
El gobierno tiene el deber de escoger bien a sus funcionarios, meritocracia, así como ejercer control sobre los mismos para que sean eficientes y oportunos así se encuentren en carrera administrativa o tengan una palanca política colosal. Y para lograrlo, si es del caso, retirarlos de la administración pública desempolvando los códigos disciplinarios.