“La crisis es el destino de nuestro tiempo y nuestro tiempo es el destino de la crisis.” O así lo intentaba defirnir Alberto Pirni[1], no como una concepción determinista, para explicar cómo la crisis era nuestro destino, sino, para intentar preguntarse el cómo pensar la crisis.
Mientras Trump acusa a China del porqué de la crisis, o Bolsonaro crítica a la crisis como exagerada, en un intento triste por redefinirla como algo más inofensivo al ser humano, pero agresiva con su posición de poder, lo lógico es pensar en el cómo enfrentarla, con evidencias, asesoría especializada, y medidas responsables.
Nueva normalidad
Pero mientras nuestros gobernantes se debaten todo esto (y es lo mismo que nos sirven todos los días en las noticias), cabe pensar en nuestros cómo, ¿Cómo la asumimos? ¿Cómo convivimos con ella todo los días? ¿Cómo hacemos para que la crisis no nos consuma por el hecho de ser una crisis? Y la respuesta de varios gobiernos hasta ahora parece simple: Esto es en todo caso, una nueva normalidad.
Normalidad me parece una palabra engañosa, quizá porque en lo personal me he dedicado a defender todo aquello que nuestra sociedad siempre intenta categorizar como “fuera” de ese término, de hecho como dice Martín Caparrós en The New York Times: “Nueva normalidad” es una contradicción en los términos. La normalidad se construye a través del tiempo, poco a poco, probando y descartando y adoptando formas.”
Y esto es a lo que nos enfrentamos, con el paso de los días es evidente que no podemos congelar nuestras vidas, ni congelar el presente, ni mucho menos detener nuestro mundo semi-globalizado; es más como una gran rueda que necesita estar girando, nuestra economía, nuestra vida social, e incluso nuestra propia salud mental, necesitan más que el espacio que ofrecen las paredes de nuestra casa.
Ahora, debido a que las crisis, son crisis de un estado de cosas como lo decía el propio Pirni “de un conjunto de seres y de las circunstancias que los enlazan”, lo que debemos hacer es adaptarnos a un nuevo estado de cosas.
¿Cómo cambiará la pandemia nuestra forma de relacionarnos? ¿Tendremos que acostumbrarnos a las elusivas conversaciones sobre la muerte? ¿Consumirá el mundo virtual a la presencialidad?
Todavía no tenemos todas las respuestas, pero hoy les tengo una, la forma cómo pensamos la crisis, es más importante que la forma en la qué saldremos de la crisis, ¿Por qué? Porque nuestra visión del mundo a través del lenguaje, depende de nuestra lectura de la crisis, y es nuestra inclinación al conservatismo o al cambio, que la crisis nos dejará algo o nos dejará devastados.
El cambio
La renuencia a aceptar un cambio en el estado de las cosas, parece una constante humana, no por nada, cada vez que los humanos dimos el salto (lento pero seguro) al cambio, utilizamos algún nombre histórico que consideramos relevante, como el Renacimiento, la Revolución Francesa, la Independencia, el fin de algo, de un estado de cosas o más bien, el inicio de otras.
Y la pregunta más importante ¿Seremos nosotros quienes demos forma a esos cambios?
Decía Omar Rincón, citando al profesor Andrei Gómez-Suarez que: “hay tres miedos de movilizan la política en Colombia: miedo a perder la propiedad (al comunismo y el castrochavismo), miedo a perder la identidad (patriotismo), y miedo a perder la libertad (las FARC)”, o como lo dice la profesora Arlene Tickner, “la crisis colombiana”.
Es triste pensar que los colombianos no seamos capaces de afrontar los cambios, nos cueste aceptar ideas como “paz”, “reconciliación”, “convivencia”, o incluso “democracia” o “inclusión”. Pero la pandemia dejará lecciones a la mala, el cambio es inminente, y podemos decidir dejarnos guiar por los miedos que generalmente nos han inclinado a rechazar los cambios, como que las mujeres no lograrán votar sino desde 1957, que llegara el fin del bipartidismo, o para no ir tan lejos, que un exguerrillero sea nuestro vecino.
Pero al final, nosotros decidimos hasta dónde queremos llegar ¿Aumentará la desconfianza? ¿Dejaremos agrietar nuestras relaciones sociales a falta de abrazos o dar la mano? ¿Ignoraremos que algunos ya viven en soledad y otros van rumbo a ella? ¿Haremos del teletrabajo una forma más eficiente de trabajar, o una excusa para sobrecargarnos de tareas?
Detengamonos un momento a reflexionar en cómo estamos pensando la crisis, porque quizá para cuando encontremos la cura, seamos demasiado apáticos al cambio y eso sólo será otra forma lamentable de cambiar.
[1] Pirni, Alberto. La crisis y su “más allá”. Conjeturas para una ontología de la posibilidad. Normalidad de la crisis/crisis de la normalidad. Kazt Editores. 2012