LA SEMILLA DEL ODIO

Opinión Por

Mucho se ha hablado en los últimos años sobre un eventual postconflicto. Una pregunta sobre la que no se ha reflexionado lo suficiente es si verdaderamente depende nuestra paz de la calidad de los acuerdos suscritos con las FARC en La Habana o los que se están negociando con el ELN en Ecuador. La paz, entendida como relación armónica entre las personas, creo yo, es un objetivo que estamos más lejos de alcanzar que nunca antes. ¿La causa? Tristemente es Dios, o cuando menos, la imagen y el discurso que de él nos han vendido.

Consecuencia de la libertad de cultos consagrada en la Constitución de 1991, hemos visto una proliferación de grupos religiosos que paulatinamente han ido incursionando en el Congreso bajo la premisa de recuperar lo que consideran “los valores que se han perdido”.  Camuflados entre las más diversas corrientes de pensamiento, éstos han comenzado a incidir en la legislación e instituciones del país, llevando su particular visión del mundo, prejuicios incluidos, a políticas públicas. Prejuicios que, amparados en la libertad de expresión, invitan al hostigamiento de minorías. Esto no es algo nuevo, la Iglesia Católica, eterna aliada del poder, ha sido una perseguidora de minorías por excelencia: indígenas, mujeres, negritudes, homosexuales, judíos, gitanos, entre otros; nadie se ha salvado de la tortura y/o exterminio promovido o amparado a lo largo de la historia por los sacrosantos voceros de Cristo.  

El problema derivado de esta nueva realidad, es que una cosa es desvirtuar con argumentos una posición oficial de una institución organizada jerárquicamente, tal como lo es la Iglesia Católica, y otra muy diferente tener que observar pávido el virulento ataque a la dignidad humana de diferentes grupos poblacionales que representa el surgimiento masivo de cultos en todas las ciudades. Promueven la intolerancia, olvidando que hasta hace unos siglos los creyentes fueron dados como comida a los leones sólo por su fe.

Recientemente, por dar un ejemplo, hemos visto cómo un criminal condenado por la justicia y que hoy funge de pastor cristiano junto a su esposa, también pastora y Senadora del Partido Liberal, sí, leyó bien, liberal, pretenden por vía de referendo anular el derecho a adoptar a toda persona soltera, el cual históricamente se ha reconocido, por el simple hecho de querer evitar a toda costa que los homosexuales puedan adoptar. Esto se traduce no sólo en sacrificar la posibilidad de que un menor en estado de abandono encuentre un hogar, sino en la afectación a millones de colombianos, heterosexuales no casados, por no poder conformar una familia con hijos.

No entiendo cómo una mujer puede tener suficiente amor en el corazón para aceptar a un delincuente como pareja, perdonando su pasado y, a su vez, es capaz de mirar a una persona inocente a los ojos y decirle sin ningún tipo de escrúpulo que la desprecia por expresar su amor en forma diferente, o que no puede conformar una familia por no estar casada; desconociendo que en una sociedad históricamente marcada por el conflicto armado, son muchas las familias en las que, fruto de la violencia, no hay papá, o no hay mamá o, incluso, no hay ni papá ni mamá. Lo irónico del asunto es que quien discrimina, interpretando literalmente la biblia, por ser mujer y estar tuerta, no puede predicar la palabra de Dios (Levítico 21:16) (1 Timoteo 2:12).

No soy creyente. Crecí en un hogar en el que Dios juega un papel fundamental: mi madre, católica practicante y devota de la Virgen, siempre me enseñó a respetar la diferencia y a no juzgar porque, afirma, “Dios es amor”. Según ella, que es estudiante de teología y estudiosa de la Biblia, de todas las citas y planteamientos que se encuentran en dicho texto, considerado sagrado por muchos, hay pocas que pueden ser directamente atribuibles a Jesús y una de ellas, quizás la más importante y que fue dada a modo de mandamiento, consiste en que: “os améis los unos a los otros; que como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros” (Juan 13:34). Los abogados sostenemos que donde el sentido de la Ley es claro no hay lugar a interpretaciones de ningún tipo.

Cualquier discurso que difiera de ese mandamiento y nos invite a discriminar al otro sólo por ser diferente a aquello que creemos normal, no es otra cosa que una semilla de odio que desarrolla profundas raíces en nuestra sociedad, alejándonos de la tan anhelada paz, sin importar cuántos acuerdos se puedan firmar con los diferentes grupos armados, ni qué tan buenos sean.  

Estoy seguro que si se hiciera una revisión minuciosa de las finanzas y las conductas de todas las organizaciones religiosas existentes en Colombia, tendría que crearse un tribunal paralelo al de la Justicia Especial para la Paz (JEP), ya que nuestro aparato judicial no daría abasto para juzgar los incontables delitos que saldrían a la luz: pasando por la estafa, lavado de activos, abuso sexual contra menores; sólo por mencionar algunos que aparecen en la prensa con frecuencia.

Sin lugar a dudas, la fe es hermosa cuando se usa como herramienta de vida para enfrentar la adversidad, mas resulta reprochable cuando se blande como un arma pretendiendo acabar con todos aquellos que no encajen en ella, o con el único objetivo de lucrarse. No sé si el universo haya sido creado por el soplo de Dios o sea el resultado de la explosión del Big Bang, y la verdad no me importa. La única certeza que tengo es que en este país estamos y que, nos guste o no, debemos aprender a convivir respetando nuestras diferencias si algún día queremos llegar a vivir en paz y armonía. Bien lo dijo Virginia Wolf: No se puede encontrar la paz evitando la vida, y la vida, tal como fue diseñada por Dios o como resultó fruto del azar, según lo que usted prefiera creer, es diversa en todos sus aspectos y manifestaciones.

Abogado de la Universidad Externado de Colombia. Especialista en Gestión Pública de la Universidad de los Andes.