La soledad del poder le llegó muy rápido al presidente Iván Duque. Él no ha podido saborear la miel que significa ser jefe de Estado y comandante supremo de las fuerzas militares. Lo único que ha tenido durante estos ocho meses son sinsabores, provocados en su mayoría por su inexperiencia en temas de gobierno y por presiones surgidas desde su propio partido político, aupadas algunas de ellas por su mentor el senador Álvaro Uribe.
La mayoría de los congresistas que lo acompañaron en la brega electoral, especialmente los que hacen parte del Centro Democrático, el conservatismo y el Mira, ahora lo observan con recelo, porque no comprenden su actitud de ignorarlos y no permitirles ser parte de su gobierno, pero en cambio sí reclama solidaridad para sus proyectos.
El presidente Duque intenta mantener satisfecho, por lo menos, al senador Uribe, que en no pocas ocasiones ha manifestado su molestia con la manera como su prohijado ejecuta las políticas o toma las decisiones. El mandatario procura no desatender las “recomendaciones” de Uribe e insiste en parecerse cada vez más a él, no sólo en su presentación personal y en su tono de voz, sino también en la formulación de las políticas públicas y en los énfasis en temas cruciales como las relaciones internacionales, la justicia transicional y los acuerdos firmados con las Farc.
La soledad del presidente Duque se evidencia ante la falta de un sólido equipo de gobierno, el cual se empequeñece ante las dificultades y carece de la capacidad necesaria para imponerse en las negociaciones políticas en el Congreso, tal como sucede con las ministras del Interior y de Justicia. Algunos que tienen experiencia, como el ministro de Hacienda, perdieron maniobrabilidad, debido a que han sido señalados de presuntos actos de corrupción y su voz no genera respeto en el Capitolio.
Las noches del Presidente de Colombia deben ser una pesadilla, intentando buscarle solución a los múltiples problemas que lo rodean: paros y movilizaciones de organizaciones sociales, gremiales y sindicales. Un bajo crecimiento de la economía y pobres perspectivas de recaudo fiscal para los próximos años si no se realiza otra reforma tributaria. Aumento de la migración venezolana y su impacto en la regla fiscal. Proyectos viales que están atascados, muchos de ellos debido a la falta de cierre financiero. Constantes reclamos de gobernadores y alcaldes por la ausencia de inversión estatal en sus territorios e incumplimiento a promesas electorales. Petroleros que le piden (exigen), con el respaldo de la ministra de Minas, que autorice el fracking. Cifras de deforestación disparadas que alarman al mundo. Críticas y peticiones de la comunidad internacional en torno al cumplimiento de los Acuerdos de La Habana. Una galopante crisis de la salud y el tsunami de las pensiones que se acerca a gran velocidad y que podría causar grandes desastres económicos y sociales.
Y como si todo esto fuera poco, Duque se impuso la tarea de tumbar del poder a su homólogo venezolano Nicolás Maduro, a través de un cerco diplomático que no ha funcionado y ahora está en un parangón, donde Rusia le hace advertencias y el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, lo regaña por su poca efectividad en la lucha contra la droga y por enviarles matones y personas indeseables.
Colombia tiene un Presidente que vive desde muy temprano bajos niveles de aceptación pública y se encuentra acorralado, quién lo creyera, por la soledad del poder, lo que tiene efectos desastrosos para el país en términos de gobernabilidad.