Los huracanes Harvey e Irma después de devastar las islas del Caribe parecieron dotarse de humana intencionalidad para demostrarle a los Estados Unidos y a su bizarro presidente la potencia asesina de la naturaleza cuando la actividad humana se empecina en destruir sus ya precarios equilibrios. Va resultando evidente que la ocurrencia de eventos extremos está relacionada directamente con el calentamiento global, porque como lo resumió el astrofísico Adam Frank: “mayor calor significa más humedad en el aire lo que significa precipitaciones más fuertes”
El alcalde de Miami a través de CNN afirmó que las autoridades siguieron a la letra los protocolos de seguridad previstos, pero que éstos no sirven para conjurar situaciones que no se habían presentado jamás. Pese a que Irma golpeó a la Florida ya reducido a categoría 3, produjo inundaciones masivas inesperadas.
Es hora de que nosotros avancemos en la prevención del cambio climático. El Papa Francisco a lo largo de su recorrido por Colombia, el segundo país más diverso del mundo, nos exhortó en forma vehemente y en múltiples intervenciones a cuidar y a valorar esta característica extraordinaria de nuestro territorio “bendecido de tantas maneras”.
Nos invitó también a prestar especial atención a la Amazonía, a aprender de los indígenas su acatamiento a la sacralidad de la vida y el respeto por la naturaleza, refiriéndose de manera concreta a los maravillosos santuarios naturales que poseemos casi sin percibir ni ser conscientes del prodigio que representa su existencia, a las selvas lluviosas, al Chocó biogeográfico, los farallones de Cali, la Sierra Nevada de Santa Marta y la de la Macarena.
Al asumir el nombre de Francisco, y en su encíclica “Alabado Seas”, Jorge Bergoglio marcó de entrada y definitivamente la impronta de su pontificado hacia la opción por los más pobres y el empeño dirigido a la protección de nuestra casa común, por considerar que el planeta a causa del consumismo y el capitalismo salvaje se está degradando y “parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería”.
Desafiando la ira de los conservadores americanos, con Trump a la cabeza, el Papa Francisco, fundamentado en argumentos teológicos, científicos y morales, viene librando una cruzada mundial en pro de la conservación ambiental.
Según un amplio consenso científico, somos la última generación que, al borde del abismo, está en capacidad no de revertir, pero si de aplacar la catástrofe que se cierne sobre la posibilidad de supervivencia de la humanidad, si no logramos evitar que la temperatura aumente por encima de 2 grados de aquí a fin de siglo.
Su encíclica está en perfecta consonancia con el Acuerdo de París para frenar las emisiones de gases de efecto invernadero, signado inicialmente por 195 países, sobre la base de que el calentamiento global es real y se ha disparado como consecuencia de la actividad humana centrada en la tecnología basada en combustibles fósiles, (carbón, petróleo y gas), “ que necesita ser reemplazada progresivamente y sin demora” como lo advierte en su encíclica “Laudato Si”
Pero va más allá, sostiene que los países ricos tienen una deuda ecológica con los países pobres. Impulsa la creación de instituciones fuertes con la potestad de sancionar a quienes incumplan los compromisos, e invita a ejercer una presión sin tregua sobre los líderes políticos a cargo de las decisiones. La solución, dijo, requerirá de un alto grado de sacrificio y lo que llamó una «audaz revolución cultural» en todo el mundo.
Colombia, a la luz de la Tercera Comunicación Nacional de Cambio Climático, divulgada esta semana, es una de las naciones más vulnerables al mismo. Las cifras son dramáticas: 100% de los municipios en algún grado de riesgo. 40% de los suelos afectados por la erosión. Pérdida imparable de bosques en la Amazonía, 12 millones de personas bajo amenaza de inundación. Derretimiento de los glaciares y aumento constante de la temperatura que de seguir subiendo se elevará en 2,4 grados para 2100. Miles de ciudadanos con índices tóxicos de mercurio en sus organismos, poco o casi ningún desarrollo en energías limpias. Poquísima investigación e inversión insignificante.
Para hacer aún más sombrío el panorama, el Congreso todavía no ha ratificado el Acuerdo de Paris. Y el gobierno, empujado por las aulagas fiscales, está empecinado en implementar pase lo que pase el fracking o técnica de fracturamiento hidráulico, prohibida en gran número de países por los peligros que entraña no sólo para el medio ambiente sino también para la salud de las personas.