Dentro del actual orden internacional asimétrico, globalizado e interdependiente debemos analizar cada situación, conflicto y Estado de manera particular teniendo en cuenta sus propias características y evaluando la disponibilidad de medios para hacerle frente así a su urgencia.
Hemos visto cómo en países como Libia e Irak entre otros, que se han caracterizado por su dictadura, la intervención y el cambio de liderazgo por la fuerza no ha sido la solución sino que ha empeorado la problemática en cada uno de ellos, aunque el objetivo final hubiese sido la implementación de la democracia.
En la actualidad urge la reconfiguración del equilibrio de poderes en el escenario internacional, pues el vacío que dejó Estados Unidos durante el gobierno Trump con su aislamiento produjo grandes consecuencias algunas de ellas negativas ya que ningún país ha tenido las condiciones para ocupar el lugar dejado por este Estado.
Al parecer bajo la actual administración estadunidense se perfila la retoma de la esfera mundial sobre temas fundamentales de la actual agenda internacional como son: el cambio climático, la paz, los derechos humanos, la seguridad alimentaria entre otros, con lo cual es positivo.
Con ocasión de la pandemia del coronavirus el mundo cambio y las economías se occidente se fragilizaron, así como los derechos fundamentales en el mundo, profundizando las asimetrías tanto en lo político, como en lo económico y en lo social.
La crisis de salubridad pública que el planeta ha venido sufriendo acelero el crecimiento en la desigualdad en todos los países, ahondando las divisiones sociales, colapsando las economías y fortaleciendo el papel de la sociedad civil como un nuevo actor importante en el escenario tanto internacional como nacional.
Esta situación trajo consigo el fortalecimiento del terrorismo global y de la corrupción junto con el debilitamiento de la democracia.
El caso de América Latina es preocupante, pues si bien es cierto que había logrado rebajar los índices de desigualdad, ahora se ven acentuados en la región y en particular en los países que se han caracterizado por la importancia de sus economías como son: Argentina, Brasil y México.
El impacto de la desigualdad y el efecto psicológico que ha dejado la pandemia en las sociedades en general se aprecia tanto en el nivel nacional como en el personal, pues el pesimismo impide el avance social y económico más aun cuando no se ofrecen mejores alternativas de calidad de vida, es decir el desempleo aumenta, .el nivel de la educación y de la salud disminuye y los jóvenes no ven que sean posible sus sueños de construir un mejor futuro.
Es preocupante es que una gran mayoría de países no están cumpliendo con los objetivos para el desarrollo sostenible al horizonte 2030, y las políticas que algunos Estados ejecutan aumentan la desigualdad pues sus políticas públicas no tienden a reducir la inequidad y a fomentar el desarrollo y la cohesión social, sino todo lo contrario.
Lastimosamente el crecimiento que recientemente tuvieron algunos países incluyendo varios de América Latina no fue bien manejado y utilizado para el desarrollo, el mejoramiento de la calidad de vida de sus ciudadanos y el fin de las divisiones sociales entre ellos y entre los Estados, por lo que perdieron esta oportunidad y no la aprovecharon correctamente.
Esta situación junto a la polarización ideológica que comienza a perfilarse en el mundo y en particular en la América Latina y al resquebrajamiento de la democracia, han llevado a que el fenómeno de la migración aumente fortaleciendo la problemática social y económica tanto de los propios migrantes como de los Estados que los acogen en el que el nacionalismo y la xenofobia aumentan en algunos casos.
La desigualdad también se siente entre la ciudad y el campo, donde el sector rural se encuentra cada vez más desprotegido y en manos de actores bélicos no estatales, pues la debilidad del Estado es tan grande que no logra controlarlos ni ejercer soberanía sobre su propia geografía, dejándolos abandonados a su suerte.
La migración del campo a la ciudad produce grandes efectos negativos en su crecimiento urbano con consecuencias sociales y económicas enormes, y poniendo en peligro la seguridad alimentaria del país y del mundo.
Esta desigualdad también se refleja en la atención a la salud y en la educación, por lo que la investigación sobre la importancia de la población es grande, sea cual sea el enfoque que se adopte referente a los temas demográficos y su relación con la globalización, la economía, el medio ambiente, el desarrollo en ciencia y tecnología, etc.
Otro fenómeno al que conduce la problemática acá planteada, tiene que ver con la pérdida de identidad e información cultural, así como el incremento de la violencia y la fragilidad del Estado.
Es importante que se invierta en educación como parte del motor del desarrollo que nos permita reconstruir valores y respeto al imperio de la normatividad como lo mencionan algunos autores, la educación para la “soberanía personal”, para la reflexión y elaboración de respuestas propias, para argüir en defensa de nuestros pensamientos, sentimientos y creencias, para hallar caminos inéditos, para inventarlos (Albert Einstein).
La educación debe ser integral y estar acorde a los nuevos derroteros del actual orden internacional como un medio para salir del caos y de la asimetría que el mundo impone. Es decir: una educación participativa, incluyente, basada en el dialogo, en la convivencia pacífica, la creatividad, la tolerancia, la visibilidad, en la que todas las voces se escuchen, con énfasis en la investigación, la ciencia y la tecnología, y por supuesto en el fomento de la democracia y en el fortalecimiento del Estado de Derecho.
Esta educación debe ser fundada en la responsabilidad que cada ciudadano debe tener para con la sociedad, el Estado y la familia, y para el respeto de los Derechos Humanos de tal manera que se puedan reconstruir los valores para el fomento de la diversidad y entorno a la consolidación de unos principios éticos permanentes como una manera de combatir grandes males como el resquebrajamiento de la propia sociedad, de la paz y la justicia.
Es imprescindible desarrollar una economía del conocimiento como una forma de combatir la pobreza, la asimetría, desarrollar los países, y empoderar al individuo dotándolo de capacidades competitivas para el mundo de hoy.