Lo que se vivió en Bolivia es un proceso lamentable que terminó por afectar la estabilidad política y democrática del país, pero que, además, demuestra los riesgos que se corren cuando en los presidencialismos latinoamericanos hoy se intentan perpetuar en el poder.
Según la orilla política se ha tratado lo que pasó en ese país, o como un burdo golpe de Estado, o como la liberación de una nación de un proyecto político socialista y retrogrado, y lamentablemente eso es solo una expresión triste de los radicalismos que tienden a realizar lecturas perezosas frente a lo que lejos de ser una historia en blanco y negro, es en realidad una larga trama de varios colores y errores de la clase política boliviana.
El proyecto político de Evo tuvo varios matices, por un lado, si bien representó un giro a la izquierda en el país, también llevó a una transformación profunda de la forma como las normas (incluida la nueva constitución de Bolivia) entendían su propio Estado, y su formación plurinacional.
Bolivia estuvo gobernado por años por una clase política que escasamente reconocía o hacía esfuerzos institucionales por su población indígena, que representa más del 50% de sus habitantes, y además, tuvo serios problemas económicos, y de lucha contra la pobreza.
Durante la era de Evo la pobreza pasó del 59,9% al 34,6%, el analfabetismo pasó del 15% al 3%, el desempleo se redujo de 8,1% a 4,2% (menos de la mitad del desempleo en Colombia), incluso la expectativa de vida que estaba en 65 años aumentó a 70 años.
Entonces ¿Qué pasó? Y, ¿Lo anterior justifica que Evo estuviera un periodo más en el poder luego de 13 años de mandato?
Lo que pasó es simple, en el juego democrático incluso en el marco de la legalidad, no es sano que un presidente se perpetúe en el poder, y la construcción de todo proyecto político, por grandes progresos que conlleve para su país, debe estar encaminado a la búsqueda de nuevos liderazgos.
El fortalecimiento de liderazgos es complejo cuando una persona encarna el cambio, y no una ruta programática clara, así que, a la segunda pregunta, la respuesta es un rotundo no. El saliente presidente tiene mayorías en el legislativo, un poder judicial que le permitió su más reciente aspiración a reelección, y ni aun así pudo mantener la unidad de fuerzas que necesitaba, la elección reveló que, a pesar de tener un importante apoyo popular, atrás quedaron las aplastantes derrotas que le dio a sus opositores, y la falta de transparencia del proceso electoral, denunciado por diferentes organismos internacionales, sólo emporó la situación.
Por supuesto, esto no ha traído consecuencias positivas, ante la urgente necesidad del mismo poder judicial que le dio la oportunidad a Evo de lanzarse otra vez a la reelección, de mantener la estabilidad de mando en el país, se le permitió a la segunda vicepresidenta del congreso asumir la presidencia interina del país, esto luego de la renuncia del presidente, vicepresidente y presidencias de ambas cámaras del congreso que estaban bajo el control del partido oficialista.
La nueva y minoritaria facción que gobierna, con Biblia en mano envía graves mensajes contra la aceptada diversidad étnica y política del país, mientras todos esperan que cumpla urgentemente la promesa de llamar a nuevas elecciones para consolidar una transición pacífica, en una Bolivia seriamente afectada por las protestas en las calles de cada uno de los bandos.
Lejos de lo que consideran los extremos políticos, como conspiraciones o liberaciones, Bolivia se enfrenta a una encrucijada mientras se ordena una nueva elección, mientras el mismo Evo asilado en México, busca volver al país, aceptando no ser candidato, aunque quiere retomar su mandato (¿Lección aprendida?).
La oposición ciertamente aprovechó una gran oportunidad de tener de facto el poder, mantenerlo por ahora es una gran incógnita, y es entonces donde la institucionalidad se pone a prueba, porque en democracia detrás de toda lucha, la falta de una hoja de ruta clara ante el desorden social hace pensar que: la cura puede ser peor que la enfermedad.