Cuando estaba en la universidad, estudiando Administración de Empresas, recuerdo que con frecuencia la mayoría de los profesores nos repetían, “ustedes tienen que dedicarse a incrementar beneficios y reducir costos para los inversionistas”, no era común que nos preguntáramos por el cómo. Era como si se tratara de una caja negra a la que entran insumos y los convertimos en riqueza financiera, completamente aislados de la realidad social del país, del conflicto armado, del desplazamiento interno, de la inequidad y de la responsabilidad que tenemos con la conservación de nuestros ecosistemas.
La creciente mercantilización en la cotidianidad nos ha llevado a desvalorizar la propia vida, pues consideramos que sólo tiene valor la actividad económica productiva y/o financiera, aquella que se puede medir en una cuenta de resultados, en una cadena infinita de maximización de beneficios en la que el fin justifica los medios, desconectándose de sus consecuencias sociales y medioambientales.
Este determinismo financiero resulta bastante peligroso para nuestras sociedades y territorios, desconociendo a las labores y personas que se dedican a cuidar de otros y de nuestro entorno, como las amas de casa, las personas que hacer parte del sector salud o los pequeños agricultores, solo por mencionar algunos ejemplos. Este momento de epidemia se ha convertido en la oportunidad perfecta de repensarnos como sociedades y la economía del cuidado tiene mucho que aportarnos y enseñarnos para trazar un horizonte distinto.
Pongamos la vida en el centro
Según Thomas Piketty, no han existido avances relevantes en materia de reducción de desigualdad en el último siglo, en países industrializados el 1% de los más ricos tiene el 20% de los recursos, que equivalen a los recursos que posee el 50% de la población total de esas naciones. Según Piketty, este fenómeno se explica por las dinámicas de funcionamiento del modelo político y económico actual imperante en el mundo.
La reducción de la desigualdad es una preocupación que frecuentemente se encuentra en distintas corrientes de la economía, que buscan entender como las sociedades pueden lograr una perfecta asignación de recursos económicos entre todas las personas de una sociedad. Por su parte, la economía del cuidado es una mirada alternativa que busca aportar a la explicación de las raíces económicas de la desigualdad.
La economía del cuidado se caracteriza por poner a la vida en el centro del análisis, en lugar de los mercados. Desde esta perspectiva el objetivo del funcionamiento económico no es la reproducción del capital, sino la reproducción de la vida en sus múltiples manifestaciones. La preocupación no está en la perfecta asignación, sino en la mejor provisión para sostener y reproducir la vida, también, se preocupa por la cuestión distributiva, concentrándose en reconocer, identificar, analizar y proponer cómo modificar la desigualdad de género como elemento necesario para lograr la equidad socioeconómica.
Un nuevo paradigma económico que promueve la sustentabilidad
El ecofeminismo, se ha convertido en una herramienta de incidencia y reflexión complementaria a la economía del cuidado, aportando preguntas y reflexiones sobre la contribución de las mujeres al cuidado de los ecosistemas y la puesta en marcha de estilos de vida sustentables en contextos urbanos, periurbanos y rurales, pasando a la contemplación a la acción, favoreciendo la reivindicación de los derechos y a el fortalecimiento de la capacidad de las mujeres, especialmente rurales, para incidir en decisiones comunitarias.
De este modo, el ecofeminismo reconoce la importancia de la diversidad de la naturaleza en sí misma, separada de su explotación comercial en busca de un beneficio económico. Mientras que el modelo económico vigente reduce la diversidad a la categoría de un problema, como una deficiencia por su incapacidad de aceptar la diferencia que se encuentra en la base del paradigma del desarrollo que conlleva al desplazamiento y la desaparición de la diversidad. Las economías del cuidado celebran la diversidad, como una milpa o una chagra, que son reflejo de nuestra diversidad biocultural resguardad durante miles de años.
En complemento, la economía del cuidado promueve el reconocimiento de tareas que tradicionalmente han estado relacionadas con la reproducción de la vida y los cuidados de las personas, tareas realizadas históricamente por mujeres, de manera no remunerada o, en condiciones precarias, esas mismas tareas que solemos invisibilizar y que son fundamentales para la producción y la reproducción de la vida, como la maternidad, la agricultura campesina, familiar y comunitaria, el cuidado de adultos mayores, las labores domésticas, entre otras.
Según la activista de la India Vandana Shiva, el ecofeminismo junto con la promoción de modelos económicos centrados en el cuidado de la vida son la mejor respuesta a la crisis civilizatoria que padecemos, cuya pertinencia se hace cada vez mayor en medio de crisis medioambientales y socioeconómicas. Las mujeres rurales, étnicas y campesinas son fundamentales en la materialización de novedosas soluciones para problemas tan vigentes como el cambio climático, la inequidad y la construcción de paz.
La materialización de nuevos modelos económicos nos convoca a todos, para aprovechar este momento de pandemia y dar paso al florecimiento de modelos societarios que ponen la vida en el centro, necesitamos menos doctrinas guerreristas, y más cuidado de la vida.