Como en el plebiscito, para estas elecciones presidenciales, queremos un voto informado, libre, secreto y sin miedo.
1) El voto debe ser informado. Para ello, los ciudadanos deben evaluar el perfil de los candidatos, su preparación académica, sus realizaciones, sus antecedentes judiciales y morales y, sobre todo, su programa de gobierno y la conveniencia de este para el país.
En esta segunda vuelta, nos encontramos, en una esquina, con un candidato joven, de gran capacidad técnica, egresado de algunas de las mejores universidades del mundo, exitoso y ponderado en sus ejecutorias a nivel internacional y en el Congreso de la República, sin ningún escándalo ni de corrupción ni en ningún otro estadio del orden moral o social y con una visión de país de progreso, equidad, libertad, justicia y convergencia.
Mientras tanto, en la otra, vemos a alguien que optó por las armas y fue secuaz de secuestros y homicidios, el peor administrador y ejecutor que haya conocido Bogotá en su historia, un defensor a ultranza (hasta hace pocos días) de regímenes totalitarios que han confinado a millones de latinoamericanos a la represión y la miseria, un agitador que busca dividir a los colombianos y fomentar el odio de clases, un “demócrata” que fue cómplice de un intento de golpe de Estado (como fue la toma y posterior masacre del Palacio de Justicia), un candidato que centra su programa en acabar con la institucionalidad y en dejar la economía del país en absoluta zozobra.
2) Los electores deben poder votar en libertad. Si estamos en una democracia, el gobierno de turno no puede imponer a sus funcionarios apoyar al candidato de su preferencia, ni mover “mermelada” para beneficiarlo. Es totalmente condenable, así mismo, que se anuncien sanciones para los electores que se inclinen por un candidato, como en el caso de la Alianza Verde, que amenaza con “expulsión” a todo ciudadano que “defienda o apoye” la candidatura de Iván Duque. Mucho peor, nos llegan denuncias de que las “disidencias” de las Farc, armadas hasta los dientes, y las fuerzas ominosas del ELN están coaccionando a campesinos, indígenas y afrodescendientes a votar por su candidato.
Sabemos que Santos no es un demócrata, pues pasó por encima de la voluntad popular expresada en el plebiscito; pero, si insiste en venderse internacionalmente como un “adalid de la democracia”, le exigimos que haga valer la libertad de los colombianos para pronunciarse en las urnas y que respete el resultado de los comicios.
3) Teniendo en cuenta lo anterior, es necesaria la observancia del derecho constitucional al voto secreto. No sólo para proteger la vida, la integridad personal y la estabilidad laboral o económica de los ciudadanos, sino, muy especialmente, para evitar el acoso y la agresión de las hordas en las redes sociales, casi siempre de jóvenes de izquierda, que determinan, de manera maniquea, que “quien no esté conmigo, está contra mí”. Hasta un anarquista tan radical como Eduardo Colombo reconocía: “El voto secreto es una necesidad para los oprimidos o los indefensos”.
4) Por último, en estas elecciones, todos tenemos que votar sin miedo. Vemos, por ejemplo, como, al no poder encontrar nada malo en la candidatura de Iván Duque, las fuerzas de la izquierda (incluidas las Farc) se han centrado en mostrarlo como “un títere” de personajes que ellos llaman “del mal”, pero que, contrario a las Farc, no han recibido condena judicial alguna.
Pero lo cierto es que Iván ha probado su independencia en numerosas ocasiones, como he podido constatar, a lo largo de cuatro años en el Senado. Y ya ha anunciado que su gabinete estará conformado no por políticos “tradicionales”, sino por jóvenes brillantes, como él. Escogerá una “Selección Colombia” con personas de las mayores capacidades técnicas y de absoluta transparencia.
Seguramente, la asesoría del presidente Álvaro Uribe en los temas trascendentales del país va ser de gran ayuda, pero éste va a estar tan ocupado liderando su bancada en el Congreso, para materializar todas las reformas que se necesitan, que, con ello, ya bastante trabajo va a tener.
De modo que estoy segura de que ese “miedo” se va a esfumar cuando todos veamos a cada uno enfocado en lo suyo, con excelencia.
Y tampoco es cierto que este nuevo gobierno vaya a guiar al país hacia ningún “extremo”. Iván Duque y quiénes venimos apoyándolo somos una fuerza renovadora que supera las ideologías trasnochadas del siglo pasado y que se centra en los problemas reales y urgentes del país. No podemos admitir la clasificación trillada de “derecha” a los analistas que quieren descalificar a Iván por el hecho de que tiene en cuenta a todos los colombianos, incluyendo, por supuesto, a un sector amplio de la centro derecha y de la derecha de este país. Si queremos superar la polarización y unirnos para llevar a Colombia al desarrollo y la equidad, necesitamos el aporte de todos los sectores, de todo el espectro político, trabajando sobre propuestas claras y no sobre fanatismos ideológicos.
Lo que estamos definiendo aquí es si queremos ir hacia los proyectos revolucionarios de Latinoamérica (hoy todos fallidos, por problemas económicos o de corrupción) o si queremos salir del subdesarrollo y saltar en firme, como Chile en su momento, hacia un proyecto moderno y autónomo de democracia y equidad.
Con el apoyo de todos, Iván Duque logrará callar a las aves de mal agüero, afines la mayoría a Juan Manuel Santos, y demostrará que no es títere de nadie y que contrario a Santos, no es un traidor ni lo será, pero que tiene su propio vuelo. El éxito del mismo dependerá del apoyo masivo de todos los ciudadanos comprometidos con esa Colombia en desarrollo con equidad.
Por eso, con el corazón, quiero invitar a todas las mujeres, de todas las edades y regiones; a todos los jóvenes; a todos los indígenas y los afrodescendientes; a todos los adultos mayores; a todas las víctimas; a todas las comunidades vulnerables, a que entendamos que la construcción de este país no se hace desde el resentimiento, ni desde el miedo, ni desde el odio, ni desde la mentira, sino desde el raciocinio, la unión y la esperanza, y que un presidente no le pertenece a una persona sino a un pueblo.