Pese a que todas las fuerzas nacionales e internacionales lograron unirse para presionar la salida de Maduro, ésta no se va producir en el corto plazo y quien sabe si se conseguirá en el mediano o en el largo término.
El tiempo ahora está corriendo a favor del gobernante quien demostró en la coyuntura crítica del 23 de febrero que aún es capaz de controlar todas las palancas institucionales del poder real: La Fuerza Armada Nacional Bolivariana compuesta por 250.000 efectivos sin contar las reservas constituida por el Ejército Nacional, la Armada, La Aviación, la Guardia Nacional y la Policía Bolivariana. Se suman a ellos la Milicia, los Colectivos Chavistas y una nueva fuerza paramilitar creada en 2013, cuyo promotor fue el expresidente de la Asamblea Nacional Bolivariana, Diosdado Cabello, cuerpo que actúa de consuno con grupos de matones y colectivos chavistas para contener a la oposición.
Diosdado Cabello quien, al contrario de lo que ocurre con Nicolás Maduro no ha perdido un ápice de popularidad, proclama que de dos millones de milicianos no ha desertado ni uno solo y únicamente le causa risa y convierte en motivo de burla pública el insignificante número de militares que han cruzado la frontera para dar su respaldo a Guaidó.
Nicolás Maduro ejerce además férreo control sobre: el Tribunal Supremo de Justicia designado en su totalidad por la mayoría parlamentaria chavista, apenas unos pocos días antes de que la Asamblea opositora asumiera el control del Parlamento. Desde 2016 el organismo declaró en desacato al legislativo y procede a anular todas y cada una de sus decisiones, mientras paralelamente confiere legitimidad a las actuaciones del poder ejecutivo. También maneja Maduro a su aire la Asamblea Nacional Constituyente integrada solo por oficialistas y convocada por él mismo sin poder constitucional para hacerlo. E igualmente el Consejo Nacional Electoral, que ha inhabilitado a varios de los partidos opositores y realizado las elecciones que la oposición venezolana y la comunidad internacional han rechazado por considerar que constituyen un fraude. Hecho que dio lugar a la proclamación de Juan Guaidó en su calidad de presidente de la Asamblea Nacional como presidente de la República interino con la finalidad de sacar a Maduro de la presidencia y convocar elecciones presidenciales libres y creíbles, vigiladas por la comunidad internacional.
Del lado de Maduro se han puesto Rusia, China, Turquía, Irán, Corea del Norte, Cuba, Bolivia y Las Granadinas. En su contra Estados Unidos, la Comunidad Europea y el Grupo de Lima. En total 60 países entre los cuales aparecen las más grandes democracias occidentales.
Cuba es decisiva para garantizar la estabilidad del régimen. A la imagen y semejanza de los muy efectivos servicios de inteligencia cubanos Hugo Chavez creó el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional -Sebin- la policía política de Maduro hoy sindicada de torturar, hacer desaparecer y asesinar a los opositores.
Cerca de 55.000 cubanos tienen en sus manos los resortes fundamentales de la inteligencia, el sistema electoral, y los mecanismos de control social y no cabe la menor duda de que Maduro seguirá respondiendo a los intentos de derribarlo, como lo ha hecho hasta ahora, con represión implacable y sin contemplaciones y que si los soldados no disparan contra la población inerme si lo harán sin vacilar milicianos y paramilitares.
Los cubanos como lo han demostrado durante los últimos 60 años son expertos en confrontar a los Estados Unidos, sobrevivir a los bloqueos y evitar que un régimen totalitario sufra fisuras.
Y para Cuba la permanencia de Maduro en el poder es crucial ya que necesita desesperadamente el aporte de los barriles de petróleo que Venezuela le proporciona para garantizar que su economía no se vuelva a paralizar.
Rusia le ha notificado, no obstante mantener con el país caribeño, que fue aliado prominente de la URSS, muy buenas relaciones, que su afinidad ideológica no se traducirá como ocurrió durante la Guerra Fría en suministros petroleros, ni en gigantescas inversiones, ni en asistencia militar de grandes proporciones.
Los convenios firmados recientemente con Putin quien anuló en 2014 el 90% de la gigantesca deuda de 31.000 millones de dólares contraída por Cuba con los soviéticos, se limitan a la geoestrategia y a la asesoría en inteligencia y desarrollos digitales.
En el plano interno Maduro todavía cuenta con un respaldo popular que los analistas consideran puede llegar a un 20 % de un padrón electoral de 19 millones de votantes, es decir, unos 6 millones de partidarios a quienes hasta ahora no les han faltado los suministros alimentarios distribuidos por medio de los CLAP a quienes se identifican con el carnet de la patria, que son precisamente sus sostenedores.
Lo que es inédito y nunca se había experimentado antes es el secuestro de los petrodólares que constituyen el 90% de los ingresos del erario venezolano. Estados Unidos, el único comprador que le pagaba a Venezuela en efectivo dejó de hacerlo y aunque sigue adquiriendo el crudo puso las cuentas donde deposita los pagos a disposición del presidente interino Juan Guaidó, confiando en asfixiar al régimen de Maduro dejándolo sin recursos. La efectividad de esta drástica medida está por verse.
Pero sin duda, el pulso del 23 de febrero, a través del ingreso obligado de una ayuda humanitaria que no es tal porque tiene un sesgo político que la desnaturaliza, dejó muy debilitado a Guaidó, quien además corre el riesgo de ser detenido e incluso muerto, si regresa como tiene que hacerlo al país que lo ha declarado prófugo de la justicia donde ésta carece de independencia y únicamente sirve los propósitos del enemigo mortal a quien pretende sustituir.
La intervención militar está descartada. No podría ser de otra manera porque las consecuencias serían devastadoras no solo para Venezuela sino para todo el Continente y especialmente para Colombia que estaría destinada a convertirse en el principal escenario de una confrontación sin fin que reencendería todas las llamas de la violencia que durante décadas hemos tratado de apagar.
Pese a sus reiteradas advertencias de que la totalidad de las opciones están sobre la mesa Donald Trump, no las tiene todas consigo. Nadie acompañaría una invasión militar propiciada por los Estados Unidos, y los demócratas que tienen el poder de contenerlo en la Cámara han anunciado ya su oposición frontal a un escalamiento bélico en la zona.
Estados Unidos vía Trump ha deteriorado hasta niveles impensables su liderazgo mundial. China, ahora portaestandarte de la globalización y del libre comercio está ocupando todos los espacios que el nacionalismo proteccionista de Trump deja abiertos. Rusia está reclamando duro a favor de Maduro e interponiendo su veto en las Naciones Unidas para protegerlo. Y el juego podría prolongarse indefinidamente porque las instituciones internacionales carecen de dientes.
En Venezuela se está jugando un ajedrez geopolítico global en el que están comprometidos Estados Unidos, Rusia y China como potencia emergente. Tal cúmulo de circunstancias podría propiciar como él mismo lo afirma: “que haya Maduro para rato”.