Norberto, El Caballero

Opinión Por

Son diferentes los reconocimientos que el Congreso puede hacer a un ciudadano: la Orden de la Democracia Simón Bolívar, la Gran Cruz Extraordinaria con Placa de Oro, entre otros. Sin importar el título que lleve la condecoración, esta consiste en la entrega de un pergamino y una medalla al homenajeado; no hay beneficios económicos de ningún tipo. ¿Cuándo o por qué se confieren? Esto no se encuentra regulado en la ley y, en consecuencia, no hay causales o criterios objetivos previamente definidos para su otorgamiento. Así, cada congresista tiene la libertad postular ante la mesa directiva del Senado o la Cámara de Representantes a quien considere merecedor de ser exaltado, esgrimiendo someramente los motivos que a bien considere justifican la respectiva distinción, y esta será aprobada sin necesidad de que haya una votación en tal sentido. Es necesario resaltar que estas condecoraciones no implican un gasto para el presupuesto público, el congresista que las propone debe pagarlas de su bolsillo.

Cada año se entregan centenares de condecoraciones por parte del Congreso, y la gran mayoría no trascienden a los medios de comunicación. No obstante, este martes se desató una gran polémica nacional luego de que el Senado de la República, por iniciativa de la senadora Rosmery Martínez, perteneciente al partido Cambio Radical, galardonara al estilista Norberto Muñoz Burgos con “la Orden del Congreso en el Grado de Caballero” por su contribución a embellecer a las mujeres de Colombia y su trayectoria como empresario. La discusión en la opinión pública se centró en si Norberto era merecedor o no de tal distinción.

¿Merecía Norberto este honor? Nació en Medellín e inició su labor como estilista en forma autodidacta arreglando a los compañeros del colegio. A sus 19 años abandonó su hogar embarcándose en una travesía por varias ciudades del país para establecerse finalmente en Bogotá, donde terminaría radicándose. Allí, hace más 50 años, abrió una pequeña peluquería en el barrio Chapinero. Siendo homosexual abiertamente declarado no la tuvo fácil; la sociedad colombiana, hoy día y más en esa época, no se ha caracterizado por su apertura o por el respeto a la diversidad. Para nuestra idiosincrasia, abiertamente homofóbica, lo único peor que ser “marica”, es ser un “marica pobre”. Afrontando con entereza y tenacidad los prejuicios y valido de su capacidad de innovación, estrategias de mercadeo y un trabajo arduo, logró labrarse un nombre y surgir del anonimato para pasar al estrellato nacional e internacional. En una cultura obsesionada  con los reinados y la belleza, él se convirtió en figura y voz de autoridad.

Norberto no es un líder político, tampoco es un científico, ni un atleta o un literato. Más que un “simple peluquero” o una “pobre loca adicta a las cirugías plásticas”, como despectivamente se refieren a él en Twitter y Facebook, es un colombiano como usted o como yo que, valiéndose de sus habilidades artísticas innatas y afrontando todo tipo de obstáculos, logró salir adelante y convertirse en un embajador y gurú de la estética colombiana ante el mundo. Además, es un gran empresario que aporta con generación de empleo al sostenimiento de las familias de las cientos personas que trabajan para él. Al día de hoy, su peluquería cuenta con más de 240 empleados.

El arte de Norberto puede gustarnos o no, toda apreciación al respecto será siempre subjetiva y respetable. Más allá de su orientación sexual, su imagen o su personalidad, que pueden llegar a parecer extravagantes o desagradables para algunos, siendo aspectos completamente respetables y dignos de su ser, es necesario recordar qué es lo que se está condecorando: el mérito no está representado en si la persona nos cae bien, sino en su trayectoria y logros.

En un país permeado por la cultura facilista del narcotráfico donde volverse rico recurriendo a diferentes modalidades delictivas suele ser una práctica generalizada y en el que Jhon Jairo Velásquez, alias Popeye, exjefe de sicarios del Cartel de Medellín, se ha convertido en un líder de opinión, cabe preguntarse: ¿qué tipo de valores deberían resaltarse mediante este tipo de reconocimientos otorgados por el Estado? Ojalá nuestras autoridades públicas se enfocaran más en condecorar este tipo de historias ciudadanas ejemplarizantes, en lugar de rendir homenajes inmerecidos tales como el que le rindió la Asamblea de Santander al otorgarle la orden Luis Carlos Galán al ex-procurador Alejandro Ordoñez Maldonado por su “lucha contra la corrupción”, olvidando que el Consejo de Estado anuló su reelección precisamente por haber recurrido a prácticas corruptas para hacerse elegir en el cargo. El “chiste” se cuenta solo.

A diferencia de muchas otras personas que han sido condecoradas por el Senado de la República, Norberto es un digno merecedor de la Orden del Congreso en el Grado de Caballero. Pocos han llegado tan lejos y en condiciones tan adversas como las que él ha afrontado. La historia de su vida nos recuerda que el trabajo duro y comprometido rinde frutos a largo plazo y permite a cualquier persona triunfar, independientemente de la clase social de la cual provenga, su orientación sexual o cualquier otra consideración. ¿No es eso algo que valga la pena exaltar y reconocer públicamente?

Mis más sinceras felicitaciones para él.

Abogado de la Universidad Externado de Colombia. Especialista en Gestión Pública de la Universidad de los Andes.