Si hacemos recapitulación de los últimos acontecimientos acaecidos en el país: Las marchas de protesta, las muertes de líderes sociales, la corrupción, la inseguridad, el pésimo servicio de las EPS, la falta de gobernabilidad, la inseguridad, la falta de justicia, etc., es como para llorar, pero lo peor no es eso, sino la indiferencia del establecimiento ante estas circunstancias. Es decir, es como si no hubiera pasado nada.
La respuesta del Gobierno Nacional ha sido: “consenso, mesa de trabajo, concertación”, es decir, nada, solo un poco de disuasión, para calmar los ánimos, pero el resultado de fondo no existe, pues parecería que los intereses de unos pocos sobresale por encima del clamor de la mayoría por obtener verdaderas transformaciones estructurales en lo social y en el Estado.
Soy de la misma opinión del ex concejal de Bogotá Juan Carlos Flórez cuando hace el análisis de la situación actual del país, es como para ponerse a llorar.
El inconformismo de una gran mayoría que comprende distintos sectores sociales es no solo con el Gobierno sino con la clase dirigente en general, que por décadas no ha realizado verdaderos cambios, y por ende no busca una mayor equidad social, que es lo que se requiere.
Es patético ver algunos políticos que por obtener mermelada de la Administración Nacional y posiciones importantes dentro del Gobierno para sus familiares, son capaces de olvidarse de los principios e ideales de su partido, de la ética, de la moral y de los valores que como ciudadanos se deben tener, para venderle el alma al diablo. El día que la clase dirigente sea capaz de decir NO a la corrupción, y si al país y a la democracia, ese día comenzará el cambio que se requiere para Colombia. Ojala cuando eso se dé, no sea muy tarde.
Cuando se tome conciencia de la necesidad y la importancia de realizar políticas públicas a fin de obtener una mayor equidad social, posibilidades en trabajo, educación y demás condiciones de vida que le permitan al colombiano tener mejor calidad de vida, ese día podremos empezar el camino hacia la paz y el desarrollo que tanto requerimos para la consolidación del país.
Pienso igual que el ex concejal Flórez, cuando dice que se requiere reconstruir el significado del civismo, y este solo se obtiene de manera integral con un trabajo desde la familia y los colegios para crear verdaderos ciudadanos.
Debemos volver a la urbanidad de Carreño para construir valores y darle el sentido a la ética y a los principios por una mejor sociedad y un mejor país.
Una Colombia en la que a pesar del inconformismo, no pasa nada, es como una bomba de tiempo. Pero lo peor es que en una democracia como se dice que es la colombiana se castigue a las personas por dar sus opiniones, o por estar de acuerdo con las marchas de protesta; eso no solo es escandaloso, sino que parecería mostrar que existe otro Estado al interior del Estado colombiano. Es la dictadura de un sector que quiere imponerse, polarizar y generar miedo, para instaurar las vías de hecho.
Cuando alguien se atreve a dar su opinión de inconformidad, se toma tan personal el tema, como si el Estado y el país estuvieran conformados únicamente por los gobernantes de turno, sin pensar que es la nación colombiana la más importante, y que lo que debe primar es el bien común, tal como lo mencionaban los grandes filósofos como Rousseau, entre otros.
Para este reducido grupo de colombianos que solo piensa en sus propios intereses, es mejor descalificar a una cantidad importante de ciudadanos que se atreven a manifestar su descontento, llamándolos “comunistas, guerrilleros, subversivos, terroristas”, o cualquier otro apelativo, olvidando que la revolución francesa fue el grito de inconformidad de la mayoría que deseaba un cambio de régimen, y que dio origen al Estado de Derecho y la democracia.
Hoy este clamor, no es para cambiar un régimen o una forma de gobierno o de Estado, sino para que exista una verdadera democracia, más justa, equitativa y participativa.