Es la pregunta que el mundo entero se hace frente al accionar del presidente Donald Trump, inmoral e incompetente por sus antecedentes y ejecutorias, mentiroso compulsivo y cínico que expone abiertamente su admiración por dictadores como Kim Jong Um y Vladimir Putin, quien con su comportamiento ha empeorado drásticamente la forma en que el mundo percibe a los Estados Unidos, ha abandonado y humillado a sus aliados europeos, ha duplicado el déficit fiscal, promovido el divisionismo de la sociedad americana, e impulsado, la xenofobia, el odio, el tribalismo político y la misoginia, todo, sin que el sistema de pesos y contrapesos de la Constitución, esencia de la democracia estadounidense, haya conseguido ponerle un freno efectivo.
Antes de que innumerables publicaciones desnudaran las intimidades de la casa blanca y expusieran las preocupaciones de los miembros de su propio equipo sobre la incompetencia del mandatario, resultaba evidente que Trump carece de idoneidad para gobernar la primera potencia y para ser el líder del mundo libre.
Ascendió al cargo de comandante en jefe de la primera potencia contra todo pronóstico, presentándose como un paladín contra la elite política y los medios. Trump supo leer con clarividencia y explotar a su favor el inmenso malestar que condujo a la rebelión en las urnas de la clase obrera blanca, sin estudios universitarios, vapuleada por la globalización que arrasó sus empleos en las industrias acereras y del carbón en el corazón del país. Y entró en alerta de combate contra el hecho de que Barak Obama, un afroamericano de origen semi musulmán, hubiera podido ganar en las urnas la presidencia y ejercerla exitosamente durante dos períodos. Todos los demonios del racismo que subyacen en el alma de la Norteamérica profunda despertaron al unísono
Durante las últimas décadas tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo los avances vertiginosos del capitalismo no se han traducido, como sí ocurría antes, en progreso visible ni para las clases medias ni para el grueso de la población. La economía avanza a toda velocidad y crece sin parar, pero sus beneficios se concentran en el 1% más rico y no irrigan a los demás. Las grandes mayorías deben limitarse a constatar que no les tocan ni las migajas de la apetitosa torta que la minoría devora y a sufrir el embate del paro y la inseguridad económica. Sobre sus espaldas se descargó todo el peso de la crisis financiera de 2008. Bancos y banqueros salieron indemnes y con sus abultadas billeteras intactas mientras los de abajo perdían sus casas y con ellas toda perspectiva de un futuro estable.
En materia cultural también bullen el temor y la inquietud. La inmigración sigue creciendo y sus exponentes ocupan cada día posiciones más destacadas. La población gay adquiere la plenitud de derechos, el entorno social se pone de cabeza y los blancos anglosajones y protestantes de mayor edad, que sacan pecho como amos del país, sienten que la cultura que les es propia y está en la base de su identidad está desapareciendo. Por tales razones una gran proporción de los llamados “WASP” votaron en las presidenciales por Trump y volverán a hacerlo seguramente por los republicanos que lo respaldan en las legislativas de medio término que se aproximan.
Pese a sus colosales desaciertos, Trump no ha perdido los votos de la clase obrera blanca que está sublevada contra las élites y le sigue siendo leal. En estos electores que constituyen el grueso de su apoyo está concentrando todos sus esfuerzos de gobierno y de campaña. A ellos no les importan su condición de multimillonario extravagante ni las sindicaciones de ser un depredador sexual y los tiene sin cuidado que abandone el tratado de No proliferación de Armas Nucleares suscrito con Rusia, el Acuerdo de Paris para paliar los afectos letales del cambio climático, o que desconozca unilateralmente los Tratados de Comercio, ni que desate una guerra comercial con China que ya está disminuyendo el crecimiento de la economía mundial.
En esta era de infinita superficialidad Trump es el monarca indiscutido del twit. Reina en las redes sociales cuya explosión de fake news, trolls, y ejércitos cibernéticos manipulados que distorsionan, manipulan o falsean impunemente la realidad, nadie en ninguna parte ha logrado controlar. Por ellas circula la nueva sangre del populismo y del nacionalismo étnico radical en abierta confrontación con los medios de comunicación tradicionales percibidos por las masas como meros apéndices del establecimiento.
El Congreso de mayoría republicana ha tolerado la corrupción, el amiguismo y la incompetencia del presidente.
Nada ha pasado en relación con la trama rusa ni con los conflictos de intereses en los cuales el primer mandatario y se familia se encuentran incursos y todavía no resulta claro cuál será el resultado de las elecciones del 6 de noviembre, que serán la única oportunidad para los demócratas de recuperar la mayoría en la Cámara.
La economía estadounidense está volando por efecto de las desregulaciones, y de la reforma fiscal que le regaló el 83% de las rebajas impositivas al 1% más rico del país representado en las Corporaciones y en un sector muy pequeño de la población.
Si Trump tiene éxito en demoler la ley de Obama, 130 millones de familias que tienen una enfermedad preexistente entre quienes las integran no podrán beneficiarse de los programas de protección de salud.
En pleno auge del PIB, implementó un recorte de impuestos sin disminuir el gasto que ha aumentado enormemente. Está impulsando la carrera armamentista y ya los analistas reconocen que, aunque la economía está funcionando a plena capacidad y con niveles récords de empleo, no se evidencia ampliación empresarial significativa de la capacidad productiva. Y que el recalentamiento puede conducir entre 2020 y 2021 a una nueva recesión. El consumo, el mercado inmobiliario y el de vehículos empiezan a retroceder.