Mucho se ha dicho en los distintos medios de comunicación hablados y escritos del país, sobre la evaluación del primer año del actual gobierno, en el cual para algunos no ha pasado nada porque es pésimo, y para otros vamos bien.
Lo que más me sorprende es que no somos objetivos al calificar, sino que nos dejamos llevar por las emociones viscerales de odios y amores.
Tampoco nos comprometemos como sociedad a ayudar a empujar la carreta. El que la colectividad realice sobre las actuaciones de los representantes del Estado. Debemos ajustarnos a la realidad y a los mandatos constitucionales para las tres ramas del poder.
Decir que todo está bien, es tratar de tapar el sol con un dedo y desconocer que el desempleo aumenta, que se incrementa también el asesinato a los líderes sociales, que el abandono del Estado crece en las regiones donde existió el conflicto armado interno con las FARC.
Echarle la culpa de todo al narcotráfico, a las bandas criminales o al gobierno de Santos es lo más fácil, y da como resultado que muchos sectores prefieran repetir robóticamente lo que otros dicen, antes de hacer un análisis serio sobre la situación de orden público.
Si existieran políticas públicas a favor de las minorías y de la equidad social, los carteles de la droga y los grupos al margen de la ley no tendrían tanto eco en esas comunidades, pues la miseria y la ignorancia son el caldo de cultivo para muchos males.
La deuda estatal con las minorías es enorme, pues no es aceptable que el mayor índice de pobreza y de falta de servicios públicos, vías primarias, secundarias y terciarias, así como servicios de educación y salud, los tengan estos sectores que llevan marginados durante siglos.
Como decía Maquiavelo, ser crítico positivo no es descalificar, sino advertir sobre una situación para que se tomen soluciones de fondo y no paliativos, como se han venido haciendo desde hace años en distintos gobiernos.
Otro tema que saca ampollas, es la displicencia que se tiene para con la Justicia Especial para la Paz. El desconocimiento que se tiene de ella es enorme. El recorte de su presupuesto hace que su dinámica no sea la que debería tener. Parecería ser que algunos sectores pretenden con estos recortes presupuestales y críticas injustas que se muera por inanición, como se mueren muchos ancianos y niños en el país.
Por otra parte, es preocupante y vergonzoso que se dejen precluir términos manteniendo en las gavetas de los escritorios de los magistrados y los jueces los expedientes de los casos Odebrescht, Colfinanciera, los carteles de la toga, de la hemofilia, de corrupción a peces gordos, para que “duerman el sueño de los justos” como se dice en el argot popular.
Es decir, tenemos invertido el sentido de los valores, de las prioridades, de la justicia, y lo peor, no falta alguno que se rasgue las vestiduras en épocas electorales utilizando estas banderas para beneficio propio, cuando la realidad es que existe la feria de los avales y la corrupción que es la melodía que más se escucha.
Para el colmo los grupos paramilitares se están rearmando sin que el Estado se preocupe.
Esta situación me trae a la memoria la famosa frase del Dr. Álvaro Gómez Hurtado, cuando se dijo que se requería un acuerdo sobre lo fundamental.
¿Hasta cuándo van a seguir en el letargo las instituciones y el pueblo colombiano a los que les corresponde vigilar las actuaciones del Estado?
Si los colombianos que representan la soberanía popular del Estado y el principal control que deben ejercer sobre sus gobernantes no lo hacen, y por el contrario ofrecen vender su voto al mejor postor, o están al acecho del tamal y la mordida en cada elección, en verdad, el futuro que nos espera es incluso más terrorífico que la situación actual.