Reflexiones

Opinión Por

Ante los resultados electorales de la primera vuelta presidencial quedo claro que lo que los colombianos quieren es el cambio.

Ahora nos vemos enfrentados a dos extremos que representan dos cambios distintos, cada uno de ellos con sus propias particularidades.

La manera de hacer campaña de Rodolfo Hernández quien solo utilizó las redes sociales es sorprendente. Su estilo pintoresco al que algunos lo asimilan a una mezcla entre el presidente Bolsonaro de Brasil y el expresidente Trump de los Estados Unidos, sobrepasándolos y marcando un hit en la nueva manera de hacer política y de conquistar a los escépticos y a una clase en particular a la que se le cataloga como la más golpeada por su condición socioeconómica.

Lo cierto es que lo que se pudo evidenciar es que los partidos tradicionales el liberal y el conservador, salieron de circulación porque no representan el sentimiento del pueblo colombiano y no hay conexión con esta clase política.

Decir que el uribismo se acabó, es solo una ilusión. Se podría pensar que jugaron bien sus cartas. Primero con Zuluaga, luego con Federico Gutiérrez y ahora con Hernández. Lo que si podemos afirmar es que la figura del expresidente Uribe se ha debilitado y ya no vende, pero aún conserva ciertos votos importantes que puede colocar al candidato que escoja y esto fue lo que le paso a Rodolfo Hernández.

Si llegase a ganar la segunda vuelta electoral presidencial Gustavo Petro, se podría pensar que la derecha del Centro Democrático ya no responde a las necesidades ni al sentir de los colombianos y está muriendo como partido.

El sistema patrimonialista que había venido caracterizando a Colombia en particular y a otros países como por ejemplo los Estados Unidos está llegando a su fin.

Las élites políticas se están renovando para bien o para mal. Es tanto lo que  se han venido debilitando la democracia y los partidos políticos que existen un cansancio y una pérdida de credibilidad por parte la sociedad civil debido a la injusticia social y a otros factores que la acompañan como el alejamiento de los gobernantes frente a los gobernados, la corrupción, la falta de calidad de vida, el modelo económico, la violencia, la ausencia de Estado, entre otros temas.

Los políticos han sido ciegos, sordos y mudos como la canción de Shakira que no han sabido interpretar las marchas sociales, ni los votos en blanco que vienen aumentando en época electoral, ni los cambios que a nivel internacional se están gestando en este mundo interdependiente y globalizado.

El problema que se ha venido observando en algunos países como es el caso del Perú por ejemplo y aún el nuestro, es que la rabia y el deseo tan grande de cambio puede más al momento de votar que la reflexión por mirar otras mejores opciones.

El resultado de lo anterior puede ser funesto porque en ocasiones se elige mal y no se vota para escoger al mejor como debería ser. En estos momentos de incertidumbre y de caos podemos quedar peor de lo que estábamos, tal  como le paso a Venezuela.

La falta de líderes es crucial. Colombia ya no produce líderes de la talla de Luis Carlos Galán, o de Gaitán, o de López Pumarejo, o de alguno de los Lleras a los que la historia registra con orgullo por sus aportes al país y a la democracia.

El surgimiento y la consolidación del populismo marcan una era que debilita aún más la democracia. La falta de educación política y de sentido de pertenencia con el país son también factores que la atenúan.

Debemos entonces repensar una forma de democracia más incluyente que responda a las necesidades de la nación y permita una gobernabilidad más amplia y justa que llegue a todos los rincones de nuestra geografía fortaleciendo su soberanía.

Queda entonces para algunos la pregunta sobre la clase de cambio que sería mejor para el desarrollo y la paz de Colombia. De todos depende el futuro de nuestro país. Debemos votar por las mejores propuestas que nos beneficien por igual y que nos dignifiquen como nación.

Ex-diplomática. Abogada, con una Maestría en Análisis Económicos y en Problemas Políticos de las Relaciones Internacionales Contemporáneas, y una Maestría en Derecho Comunitario de la Unión Europea. Autora del Libro, Justicia transicional: del laberinto a la esperanza.