Las redes sociales no solo han sido un elemento que permanecerá por muchos años en la configuración de la opinión pública (podríamos pensar en décadas o siglos), sino además son una fórmula crucial de expresión ciudadana.
Me parece muy interesante como Omar Rincón las retrata: “Las redes son políticas porque nos indignan, nos permiten respirar en medio de tanto cinismo de políticos y medios; también, nos autorizan la bronca y la rabia; y, a su vez, crean una escena sin censura con los tuit-matoneos. Y eso las hace muy políticas: porque son la escena donde el ciudadano se manifiesta y el político y la democracia escuchan.” Comunicación Política Colombiana, Pag. 176
Por supuesto, para algunos de nuestros políticos esto es tedioso, como para el senador de Cambio Radical Antonio Zabaraín, conocido por su intervención en el debate al Fiscal General, donde en las redes sociales días después se le acuso (diría sarcásticamente) que parecía más ebrio que lúcido, con palabras que aún hoy no se sabe qué relación guardaban ni con el tema del debate, ni con un discurso razonado, y bien argumentado.
Pero al senador no pareció gustarle para nada la reacción de los colombianos en digital, como tampoco le gustó que el país no creyera en sus poco coordinadas palabras que el Fiscal General es un hombre “honorable”, “impoluto”, y “libre de pecado”. Por eso lanzó una audaz propuesta esta semana (no es el primero en hacerlo), manifestó: “Regularemos uso de redes sociales .Legislaremos para que estas no sean un instrumento al servicio de resentidos sociales y sicarios morales”
En la W amplió su punto de vista: “lo que hay permanentemente, en las redes sociales, es una falta de respeto con las instituciones y con la institucionalidad”
Pero como diría también Omar Rincón: “las redes triunfan en la política-espectáculo por la debilidad informativa del periodismo, el fracaso de los partidos políticos, la impotencia de la conversación pública y el triunfo del individuo en el mercado”
Ahora, ¿Regular las redes? Claro, falta un cómo, un por qué y para quién, ¿Qué instrumentos “objetivos” se usarían para ello?, ¿Debe dedicarse el Estado a controlar las opiniones de sus ciudadanos en twitter y facebook (por poner un ejemplo)?
Aclaremos que ya existen instrumentos, tanto legales, como de las propias redes para controlar las amenazas, la injuria o calumnia (como las veces que Uribe y Claudia López han tenido que rectificar tweets o comentarios en ellas), se trata de regular su impacto y los ciudadanos responsables de su usuario en cada red social, pero no de controlar la red social en sí misma.
Entonces estamos asistiendo es a una declaración irónica, como una Alicia en el País de la Maravillas que recién llegada no entiende aún la complejidad y amplitud del mundo en el que está inmersa, así mismo, Zabarín no comprende qué son y cómo funcionan las redes, la diferencia entre la libertad de opinar y sentenciar, aún de forma agresiva, y la de regular o controlar las opiniones que a él no le gustan.
Acepto que en muchas ocasiones repruebo la forma como se expresan contradictores en mis propias redes, pero nunca he pensado que ellos deben ser suprimidos o sus voces calladas, como tampoco que un Estado debe regular el flujo que opiniones y la construcción de las mismas en las redes sociales, como si se tratara de cancelar un programa de Tv, o de eliminar un programa radial.
La cuestión es plenamente cultural, lo que aceptamos como “normal” en redes que no dejarán de ser políticas, donde los ciudadanos podrán seguir pensando de forma contraria aún cuando toda la clase política piense algo distinto, donde cada uno debe ser responsable de sus contenidos, pero al mismo enfrentar los nuevos desafíos que esto implica: fake news, ataques personales, y exposición de opiniones polémicas.
Los desafíos de la era digital y en especial del flujo de las redes sociales, se deben atender comprendiendo a la sociedad que está allí reflejada, no cerrandole la boca a los ciudadanos que no se comieron el discurso del senador Zabaraín o del Fiscal, ni pretendiendo ignorar cómo eso ha influido en las democracias del siglo XXI.
Senador Zabaraín, no necesitamos que descargue su frustración en un proyecto de Ley que sería tan poco efectivo y creíble, como su intervención en el debate al Fiscal General.