Los seres humanos por cuestiones de condición humana están llamados constantemente a competir. Las competencias son instrumentos necesarios para fijar límites, para resaltar talentos, para descubrir capacidades, pero, sobre todo, para asumir la victoria y la derrota con madurez y mesura.
El hecho de competir en alguna contienda, deporte o actividad supone inexorablemente un enfrentamiento personal entre dos o más voluntades. La idea es que una de aquellas voluntades obtenga la victoria a través del esfuerzo personal. Asimismo, correlativamente, aquel que ha sido derrotado deberá asumir la pérdida con madurez y gallardía para replantear situaciones que le impidieron obtener éxito en la competencia, con miras a mejorar ostensiblemente y lograr hacerse a la victoria en una próxima ocasión. Competir por sí mismo, es un acto legítimo, toda vez que es relevante hacer uso de las capacidades y del talento personal para ejercer medidas en las que las virtudes de algunos superan las deficiencias de otros. Hasta este punto, todo es positivo.
Empero, lo preocupante sobremanera sobresale cuando en medio del apasionamiento social que conlleva una competencia, cualquiera que sea, los contendientes no observan las reglas mínimas para efectuar un sano enfrentamiento puesto que apelan a la trampa, a lo inmoral y a lo indebido. O, en su defecto asumen la posición de los perdedores perversos: denigran, despotrican y hacen eco de malas mañas para contaminar el buen nombre y la honra del semejante que, de manera legítima lo ha vencido.
Es en dicho evento donde competir se convierte en un aspecto negativo de rivalidad en donde ‘todo vale’. Acá, la situación toma un transcurso funesto ya que, a través de ella surgen enemistades, discordias y malas obras contrarias al buen vivir dentro de la sociedad. Por tal razón, es importante comprender que en la vida es legitimo competir y luchar para obtener la victoria, siempre y cuando, estemos enmarcados en la legalidad, en la justicia, en la honestidad y, en la transparencia. Teniendo presente que si ganamos es menester asumir la victoria con tranquilidad y responsabilidad, respetando al rival de turno. Pero, si perdemos, con mayor razón debemos ser conscientes de la victoria sana de nuestro contendor, asumiendo con decoro y altura la derrota.
Es necesario dejar de lado las malas mañas y los aspectos negativos de odio y envidia que producen segregación en nuestra sociedad. Es importante, también, comprender este mensaje para preservar la unión y la armonía en la comunidad, pues es vital actuar con respeto hacia las reglas, comprendiendo con serenidad la victoria idónea de unos sobre los otros, sin incentivar ambientes perversos. ¡Si así lo aplicamos, seguro, contribuimos al cambio!