Al aceptar incluir, en la declaración final de la reunión del G7, el rechazo al proteccionismo, queda la impresión de un presidente que comienza a sentir los rigores del pragmatismo, apartándose de su consigna “América primero”. Sin embargo, su postura frente al Cambio Climático se mantiene inmodificable. ¿Qué ocurre?
Las formas son lo de menos, dicen por ahí. Pero el empujón de Trump a un primer ministro europeo para conseguir un lugar preferencial o el “desplante” de Macron al saludar a Trump de último, entre varios jefes de Estado, ilustra bien el ambiente en que se desarrolló la cumbre.
La reunión del G7, que agrupa a las economías de libre mercado más desarrolladas, confirmó que la dirigencia mundial se encuentra dividida frente a asuntos de fondo como el Cambio Climático y el Libre Comercio. Más allá, atraviesa un periodo de incertidumbre, por la amenaza de fragmentación de la Unión Europea y la indefinición de Estados Unidos, país en que siguen rondando graves investigaciones contra el presidente Trump y su entorno más cercano, luego de la renuncia, o despido, del ex director del F.B.I, y los vínculos de personas muy cercanas al presidente con una Rusia que, eventualmente, intervino en su elección.
Luego de la reunión, pareciera que el actual gobierno norteamericano no ha resuelto la manera de desmontarse del reciente Acuerdo de París, que compromete a los firmantes en la reducción de emisiones de carbono. El acuerdo es el máximo logro de gobernanza mundial para resolver uno de los mayores retos de la Humanidad: ni más ni menos que garantizar las condiciones de nuestra supervivencia, al punto de que China, el mayor contaminante, no ha tenido dificultad en reconocer la necesidad de cumplir sus objetivos. Luego de la reunión del G7 va quedando claro que Trump propondrá su renegociación, luego de afirmar en múltiples ocasiones que, puesto ante el dilema entre crecimiento económico en su país vs protección del medio ambiente, primará lo primero. Ha afirmado, pública y recientemente, que se retirará del acuerdo para proteger (?) los empleos de sus trabajadores mineros y una industria contaminante. En últimas, lo va a renegociar y no demora en comunicarlo por Twitter.
El tema comercial, a pesar de la declaración final del G7, está lejos de resolverse; mucho más si se considera que el retiro de Inglaterra de la Unión Europea, avanza. Pero la declaración confirma que ni siquiera para el actual gobierno de los Estados Unidos es realista dar reversa al desarrollo del comercio. Menos, dejar esa bandera en manos de China que, rápidamente, se ha acercado más a la Unión Europea y a quien pueda, ejerciendo un nuevo liderazgo.
Existen argumentos de mucho peso: es innegable que el desarrollo del comercio; la ampliación de fronteras y el desarrollo de la especialización, ha permitido aumentar la capacidad de compra de trabajadores y ciudadanos del mundo, estabilizando, relativamente, salarios y también ganancias de las empresas. No se ve, a pesar de Trump, en el mediano plazo un nuevo alindamiento de la actual estructura productiva. En consecuencia, sus promesas de campaña deben esperar. ¿Hasta cuándo?
Se ha dicho que la “prudencia” mostrada por Trump en el G7 y en su reciente gira, tiene que ver con el acatamiento de sugerencias del Departamento de Estado, atendiendo una mirada estratégica construida con coherencia después de décadas de continuidad en la política exterior. No parece fácil que diera marcha atrás, pero su actual “retirada” puede ser una movida táctica mientras se calman, un poco, las aguas al interior de su propio país donde debe afrontar una enconada oposición que le ha quitado aire al interior, incluso, de su partido. Su gobernabilidad es, por ahora, limitada. Afortunadamente.
Así que, por un buen periodo de tiempo, al mundo lo seguirá gobernando, a falta de normas y consensos, una gran incertidumbre, con el sello del presidente de la nación más poderosa y una elección cuestionada, que tiene dividido al pueblo norteamericano, y quien no termina de definirse a sí mismo.