Pese a la fuerte oposición que afronta en su propio país, Trump está, sencillamente, consumando sus ofertas de campaña y ayudando a sus “amigos”.
Queda la impresión de que el presidente de los Estados Unidos tapa un hueco y abre otro. Se va a reunir con el dictador de Corea del Norte, que ya tiene armas nucleares, pero rompe el acuerdo con Irán, el cual tiene como objetivo impedir que las construya. Sumando y restando parecería estático, pero no es así.
Estas nuevas maneras en la política exterior de Estados Unidos, un país que se ha caracterizado por mantener una coherente política de Estado en relación con los asuntos externos, tampoco son tan nuevas: algo muy parecido ocurrió con la guerra e invasión a Irak : en el medio se ha encontrado la Agencia Internacional de Energía Atómica que no encontró pruebas, como señalaba el gobierno Bush, de plantas para armamento nuclear en ese país como tampoco las ha encontrado ahora en Irán.
A diferencia de lo ocurrido en Irak el acuerdo está firmado por Rusia, China, Francia, Alemania y el Reino Unido. Y el consejo de seguridad de Naciones Unidas encargó a la A.I.E.A de verificar su cumplimiento, cosa que ha hecho sin que hasta ahora hubiese encontrado anomalías. Pero no se puede afirmar, luego de la decisión de Trump, que el precario orden mundial se encuentre roto por su cuenta: antes tampoco ha funcionado para tomar decisiones, como en Siria. Trump hace entender que si no funciona para Siria tampoco tiene porqué funcionar, en otro sentido, para Irán. En consecuencia actúa como un negociante pragmático.
Lo que parece un giro de 180 grados en la política exterior norteamericana obviamente altera el incipiente orden mundial construido en la posguerra y no avanza en la construcción de uno nuevo que no se encuentre basado, exclusivamente, en la prevalencia de la fuerza. Las posturas de Trump son consecuentes con su prometido aislacionismo, una respuesta populista a la globalización y la sociedad digital que promete retornar a un pasado en que la industria era importante en su país y con la que cautivó a su electorado.
Este hecho lamentable no es aislado sino consistente con otros, como el veto al acuerdo mundial sobre cambio climático y la renegociación de acuerdos de comercio como el NAFTA, mostrando una nueva actitud en la política exterior de los Estados Unidos que va más allá de una ruptura con las políticas de Obama.
¿Endurecimiento comercial con China? Luego del viaje discreto y casi secreto del dictador norcoreano a Pekín este cambió su postura y ahora, además de hablar en otro tono, abre la puerta para deponer su incipiente arsenal nuclear y reunirse con el presidente Trump. ¿Qué le dirían los chinos, sus mejores y poderosos amigos y a cambio de que hicieron la gestión? ¿Funcionaría la nueva diplomacia comercial de Trump al presionarlos con aranceles a sus exportaciones? Mientras tanto Israel y Corea del sur, tradicionales aliados de los Estados Unidos, están conformes con lo que ocurre.
Hablando de aliados no ha dejado de parecer extraña su postura frente a Colombia en el caso de los aranceles al acero y su escasa colaboración para el acceso a la OCDE. Resulta difícil encontrar una explicación diferente a que el gobierno Santos está terminando y prefiere esperar para negociar con el entrante, cosa que hacen, por cierto, muchos inversionistas que no se animan hasta conocer nuestro inminente destino electoral.
La alteración que han producido las nuevas medidas del gobierno norteamericano no afecta el orden mundial en cuanto se ha ratificado que no tenemos instituciones globales en capacidad de impartir órdenes terminantes, salvo excepciones puntuales en los organismos multilaterales de crédito. El gobierno lo ejerce el más fuerte y eso fue, precisamente, lo que ofreció Trump a sus electores. Lo ratifica ahora cuando estamos a seis meses de las elecciones en su país en las que se renovará la cámara y buena parte del senado. Necesita consolidar las mayorías republicanas y sentar las bases de su reelección. Y, de paso, ayudar a sus “amigos”, claro.