A 50 años de mayo de 1968, fecha icónica porque conmocionó al mundo y amenazó con poner de cabeza el orden establecido, y lo logró, porque, es incuestionable, que a partir de esta fecha nada volvió a ser como era antes.
Costumbres, relaciones sociales, concepto de familia, matrimonio divorcio, reconocimiento de los derechos de minorías sociales y sexuales fueron exigidos por primera vez y transformaron para siempre la fisonomía de nuestra sociedad.
Con el sexo las drogas y el rock irrumpieron en escena repentinamente los malestares acumulados desde el fin de la segunda guerra mundial.
Fue un año convulso: el de los asesinatos de Martin Luther King y de Robert Kennedy, la primavera de Praga, el mayo francés que expulsó del poder al general De Gaulle, las revueltas en las universidades de los Estados Unidos, la matanza de estudiantes en la Plaza mexicana de Tlatelolco, el fracaso de la ofensiva del Tet en Vietnam, la contestación de los estudiantes universitarios en la represiva España franquista, la explosión de la lucha por los derechos civiles de los negros estadounidenses, el nacimiento del feminismo, el inicio del fin del imperio soviético y la consolidación de la fase final de la revolución proletaria maoísta en China.
La televisión había convertido al planeta en la “aldea global” teorizada por MacLuhan. Todos nos habíamos vuelto vecinos, podíamos vernos y oírnos y discernir sobre nuestra propia cotidianidad en tiempo real. Pero aparentemente a muchos, sobre todo a los más jóvenes, no les gustó lo que veían.
En Francia 10 millones de obreros pararon de trabajar durante más de un mes y los estudiantes, a quienes la clase trabajadora percibía como anarquistas peligrosos para el éxito de sus luchas reivindicativas, se lanzaron a construir barricadas en el corazón de Paris. Súbitamente, se impuso un designio colectivo irrefrenable de tomar la palabra y de empezar a reflexionar a voz en cuello para cuestionar la vida, la sociedad, los valores y el sentido mismo de la existencia humana y su devenir.
Reivindicaciones de todo tipo se mezclaron en una atronadora algarabía. Los comunistas protestaron contra sus regímenes al igual que los ciudadanos del orbe capitalista contra los suyos. Todos al unísono contra el sistema y el peso intolerable de las autoridades jerárquicas.
Libertad y revolución, mezcladas con reclamaciones de equidad salarial, sueños y esperanzas de cambio y demandas de participación, feminismo militante, diatribas contra el establecimiento y la consigna de llevar la “imaginación al poder“, constituyeron la esencia de ese mayo turbulento.
Al final, cuando la agitación se calmó, la V República Francesa, modelada a imagen y semejanza de De Gaullle y respetuosa de su ego olímpico, con fisonomía monárquica y acentos dinásticos, pasó a la historia.
Estados Unidos perdió la guerra de Vietnam pero el presidente Johnson logró sacar adelante gran parte de la agenda de derechos civiles propugnada por los mártires Martin Luther King y Robert Kennedy.
Moscú jamás recuperó influencia sobre sus antiguos satélites. Francia, Italia y España se decantaron por el eurocomunismo a partir de la década del 70. En el vórtice de la Guerra fría rechazaron el modelo implantado en la Unión Soviética y aceptaron la democracia y el pluripartidismo. Décadas antes de que alguien pudiera siquiera imaginar la caída del muro de Berlín y la disolución de la URSS.
El movimiento feminista no ha dejado de avanzar hacia la igualdad de los derechos de las mujeres frente a los hombres en materia de acceso a la educación, derecho al sufragio, protección de los derechos sexuales, laborales y reproductivos.
Aunque la brecha sigue siendo grande y todavía abismal en algunas culturas, el progreso de las mujeres en el empeño de lograr la paridad de derechos, “asumir riesgos y obligaciones y ser competitiva e independiente”, no se detiene.
China va camino de convertirse en la primera potencia mundial en pocos años. Aunque radicalmente capitalista en la práctica, constitucionalmente es un estado socialista con dictadura dirigida por la clase obrera, y el Estado como responsable de la dirección de la economía y propietario de las riquezas naturales.
No se puede dejar de reconocer que en mayo del 68 se sembraron también las semillas de la reacción terrorista de las Brigadas Rojas en Italia, la Banda Baader- Meinhof en Alemania y la ETA en España, responsables de asesinatos, secuestros y atentados explosivos que dejaron centenares de víctimas y desafiaron a mano armada la institucionalidad durante muchos años oscuros sin conseguir derribarla.
Luego entramos de bruces en la era de la información. La globalización, equivalente moderno de la tierra prometida, no ha generado toda la bienaventuranza que auguró. La prosperidad está creciendo al mismo ritmo virulento de la desigualdad posibilitando que el 1% en la cúspide se apropie del 85% de la riqueza producida. La gente común está furiosa. El desconcierto, la inseguridad y el miedo al no futuro y al cambio climático ensombrecen las perspectivas de las democracias occidentales. El populismo, el nacionalismo xenófobo, el proteccionismo económico y el terrorismo islamista están a la orden del día. La Unión Europea tambalea y el liderazgo mundial cae en manos de personajes de la catadura de Trump, Duterte, El Assad, Putin y Netanyahu.
Muchos no descartan que de pronto ocurra un sacudimiento telúrico como el de Mayo de 1968.