Hay quienes creen que el retiro de la precandidatura de Óscar Iván Zuluaga le despeja el camino a Iván Duque en el Centro Democrático. Es lo que parece cuando el dueño del letrero remplaza a su extítere por una señora cuyo apellido Guerra parece escogido con propósito subliminal, pero me atrevo a sospechar que ese movimiento de fichas es fuego artificial para distraer a la galería mediática, porque sus ojitos apuntan en otra dirección.
Apuntan hacia Alejandro Ordóñez, dibujado por Matador en una caricatura premonitoria donde se le ve como un caballo cabalgado por Álvaro Uribe, quien hala de sus tirantas. Ordóñez dice “¡Vamos a recuperar el país!” y Uribe le responde: “Para nosotros”. (Ver caricatura).
El asunto de todos modos no es para chiste, pues lo que se viene es una alianza ‘diabólica’ de las fuerzas más reaccionarias en busca de recuperar el terreno perdido con Juan Manuel Santos, a quien hicieron elegir bajo la premisa de que continuaría con el nefasto régimen de la Seguridad Democrática, pero les salió “traidor” y le dio por buscar la paz.
El problema de fondo es que en lugar de la paz acordada, ellos hubieran preferido la paz de los sepulcros sobre las FARC. Sea como fuere, hoy su verdadero enemigo no es la guerrilla sino el tribunal de justicia (JEP) que trae la implementación de los acuerdos, pues son muchas las verdades que saldrán a flote. Su ‘misión divina’, entonces, procura aglutinar los esfuerzos de todos los que se verán perjudicados, para impedir que esas verdades se conozcan.
¿Y cuál es la forma de lograrlo? Reconquistando la Presidencia de Colombia en 2018. ¿Y cómo? Uniendo fuerzas, como ya pide –casi suplica- Ordóñez cuando dice que “es necesaria una gran convergencia de las fuerzas políticas que triunfaron en el plebiscito”. (Ver noticia). Ordóñez es consciente de que él solito con firmas no es capaz de hacerse elegir, considerando que tiene una imagen favorable del 22% y una desfavorable del 35%, y por eso el pasado 4 de marzo se fue a hacerle ojitos a Uribe a su finca de Rionegro, mientras aprovecha el desprestigio del gobierno Santos para tratar de atraer a su redil al Partido Conservador.
En términos de conveniencia política, le sirve más a Uribe un Ordóñez con pinta de caballo discapacitado que un Iván Duque con porte de semental. Con este último no repetirá el error que ya cometió con Santos (Duque es demasiado de centro y demasiado decente para su gusto) pero no puede descalificarlo como hacen otros sectores de ultraderecha dentro de su partido, porque eso solo contribuiría a aumentar la división que amenaza con hacer trizas al CD.
Pero el punto donde se debe fijar la atención, es en la manera como Uribe y Ordóñez han venido cooptando (incluso comprando, no tengo duda) a los líderes de las iglesias evangélicas y cristianas. Esto comenzó a gestarse desde los días del plebiscito y fue la fórmula que condujo al triunfo del NO, sumado a la propaganda negra que diseminaron por las redes sociales y a la altísima abstención de los que no fueron a votar convencidos de que iba a ganar el SÍ.
Para ellos no existen ciudadanos sino feligreses, como plantea Germán Ayala en brillante columna. Ahora quieren repetir la misma fórmula hacia el 2018, y es por eso que Ordóñez ha comenzado a hablar de “la fuerza del voto religioso”, y en consonancia está dedicado de nuevo a exacerbar las pasiones en defensa de la familia y de “los altares”, los cuales ve amenazados por los homosexuales, según confiesa en entrevista dentro de un carro con el supuesto pastor –en realidad embaucador- Oswaldo Ortiz, quien pasó de predicador a rabioso activista político del uribismo, hoy convertido además en el principal lamesuelas de Ordóñez. (Ver entrevista).
Lo cierto es que estamos frente a un peligro inminente, considerando que Colombia es un país religioso hasta los tuétanos, tal vez ya no con mayorías católicas sino evangélicas y cristianas, pero en todo caso contaminado con el ‘temor a Dios’ desde la Colonia por una moral judeo-cristiana incorporada en las mentes a fuerza de púlpito y de cátedra escolar.
En columna publicada ocho días antes del plebiscito del 2 de octubre (Usan a Dios para seguir la guerra), advertí tardíamente que “la extrema derecha recurre a Dios como su caballito de batalla. Bajo la fachada de combatir el “lobby gay” quieren impedir que se consolide la paz, con un objetivo político embozado: llevar a la Presidencia de Colombia al ultra-católico, corrupto y clientelista exprocurador Alejandro Ordóñez”.
El inesperado triunfo del NO terminó por darme la razón, y ahora la alerta se extiende a advertir que ha comenzado la implementación de la segunda fase de dicho plan, consistente en un maridaje incestuoso entre Uribe y Ordóñez. Incestuoso porque comparten hermandad ideológica en su orientación ultraderechista, y peligroso porque no solo comprende la incorporación de católicos, evangélicos y cristianos –hasta la muy ‘liberal’ Viviane Morales tiene cabida ahí- sino porque podría desembocar en la fórmula Ordóñez presidente – Uribe vicepresidente.
La Corte Constitucional le impide a Uribe ser presidente de nuevo, pero no le impide ser candidato a vicepresidente. Y si esa fórmula saliera elegida, no habría forma de desacatarla: el constituyente primario no puede estar limitado, porque es la fuente de la Constitución. He ahí el peligro, y por eso se requiere de una muy amplia y sólida coalición de fuerzas de centro e izquierda que impida que semejantes exponentes de la más rancia caverna se apoderen del Estado.
DE REMATE: Respecto a la marcha “contra la corrupción” del 1 de abril, esto pienso: si sorprendieran a Uribe violando a una monjita, los uribistas marcharían contra la monja abusadora que lo hizo caer en el pecado.