Lo que sucedió hace unos días y que sacudió la opinión pública nacional e internacional no es algo que apareció como un destello fugaz o un recuerdo que vuelve de la violencia en el país. No fue el asesinato de 16 jóvenes, fue recordar de manera directa y brutal, lo que Thomas Hobbes, en su libro “El Leviathán” (1651) llamó el “Estado de naturaleza”, término acuñado para ilustrar la situación de ausencia de orden, valores ciudadanos y legalidad que origina la violencia y la brutalidad, vivida por el ser humano antes de la construcción del estado moderno .
De esta forma, es posible afirmar que «El estado de naturaleza, presocial, es un estado de guerra, de confrontación y de abuso, en el que la fuerza es el único argumento válido y la seguridad no existe. En el hombre existe la tendencia a la imposición por la fuerza sobre sus semejantes, el hombre es un lobo para el hombre»[1]. Pero es necesario ver esta afirmación y darle un sentido mucho más amplio para nuestro país, porque aquí, ese “Estado de naturaleza”, no sólo se circunscribe a la violencia y todo la destrucción que conlleva en sí misma, sino que se amplía al vacío que el estado tiene del “monopolio de la fuerza” (Weber; 1918). Pero el “Estado de naturaleza” se circunscribe a la falta de oportunidades para el desarrollo económico, de un proyecto de vida personal o de estabilidad laboral , es la ausencia de justicia, la total desconexión entre las élites tradicionales y la población, la depredación de los recursos naturales y el medio ambiente, la anomia social…
En Colombia es evidente que el estado, es un estado insuficiente, que aún no ha terminado de cimentarse dentro de sus obligaciones de bienestar para la población y de ser garante de la seguridad en toda la extensión del territorio del país. Considerado por algunos, como lo expresa Paul Oquist “En trance de colapso en varias de sus funciones” (Oquist; 1978).
Una de las principales manifestaciones de este estado natural es la depredación sistemática de lo público, la presencia de fenómenos como la corrupción y la pérdida de legitimidad de las instituciones, también son una manifestación notable del “Estado de naturaleza” que es muy bien descrita por Salazar y Castillo, en donde «La depredación organizada como forma de comportamiento social, no ha pertenecido en forma exclusiva al terreno de las organizaciones armadas al margen de la ley, y la vaguedad de la frontera entre lo legal y lo ilegal en Colombia es una consecuencia obvia de una situación en la que las estrategias de depredación están extendidas a todas las esferas de la acción social”[2]. Así pues, la depredación organizada, conformada por grupos clientelistas que son rentistas del estado de los bienes públicos. Este fenómeno permea todo el espectro de la sociedad.
Pero existe otra arista, mucho más despiadada y feroz. La violencia generalizada que se inserta dentro de todas las esferas de la sociedad del país, producto de la incapacidad de un estado débil, corrupto e ineficiente para administrar la fuerza y el control de ella. Es así como se dejan inmensos vacíos de poder que son cooptados por grupos al margen de la ley o en algunos casos, bajo la connivencia de las mismas instituciones del estado.
La desigualdad estructural de la sociedad colombiana es el efecto de la instauración de un capitalismo rentista que se ha sostenido históricamente de la acumulación de la tierra y del poder financiero, por lo que en esos términos, la violencia ha sido el mecanismo propio para asegurar la generación y acumulación de la riqueza, en beneficio de las elites dominantes (bien sean las pertenecientes a las familias tradicionales, o las que han adquirido poder económico y poder político, mediante alianzas con grupos al margen de la ley para de esta forma, generar los éxodos masivos de campesinos, producto del despojo de tierras). En esa vía, el cuestionamiento de dicha estructura permitiría encontrar salidas a esa fórmula fallida de la riqueza que más bien se ha traducido en pérdida, un cóctel de destrucción, guerra y muerte.
Y es así como los recientes hechos, que han espantado al país, al exponerlo de manera descarnada y directa frente a la tragedia de la violencia generalizada, producto de las deficiencias y debilidades del estado, nos hace preguntarnos ¿Cómo llegamos a este punto?, ¿Qué dejamos de hacer como sociedad y parte activa del estado para permitir que los violentos volvieran a surgir de sus lugares alejados de la vista civilizada de las ciudades? O vamos caminando directamente a un estado de naturaleza anterior a la ley, al orden, a la justicia, a la equidad y la justicia, un estado previo a la condición de ser humano, y que nos rebaja a la tesis histórica que parece cumplirse después de 367 años, en donde el “hombre es un lobo para el hombre” y sobre la cual Thomas Hobbes nos advirtió, como recuerdo inexorable de nuestra naturaleza humana.
[1] DE GABRIEL, José Antonio. La Formación del Estado Moderno. En: Manual de Ciencia Política. Editor Rafael del Aguila, Trotta, 1997, p.35.
[2] SALAZAR, Boris y CASTILLO, María del Pilar. La hora de los Dinosaurios, Conflicto y Depredación en Colombia. CIDSE – Universidad del Valle, 2001, p. 16.