La política, como habilidad para concertar con los diferentes grupos de interés y dirigir los asuntos públicos, ha estado ausente en Colombia durante el gobierno de Iván Duque. El presidente, absorbido por su mentor político, por el sector radical del Centro Democrático y por su baja popularidad, ha fallado en un aspecto esencial de las tareas de gobierno: hacer política para concitar acuerdos en los principales temas de la agenda nacional.
Por el contrario, Duque ha gobernado para el núcleo duro que lo llevó al poder y sus débiles alianzas legislativas dependen de la “mermelada” que tanto le criticaba a Juan Manuel Santos. La política, como arte para conducir los asuntos del Estado, ha brillado por su ausencia durante este gobierno. Duque renunció a la política.
No hay una sola iniciativa relevante que haya podido sacar adelante el presidente: ni su desafortunada propuesta para reformar a la JEP, en la que perdió los primeros seis meses de su administración, ni la reforma a la justicia, que es crucial para el uribismo. La reforma fiscal que hoy promueve en el Congreso enfrenta serios escollos y, si sale, será de alcance limitado, apenas para mandar una tenue señal a los mercados.
Como político, las debilidades de Duque contrastan con las fortalezas de sus antecesores Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, cuyas reformas cambiaron el rostro -para bien o para mal- del Estado colombiano. Colombia no puede seguir atrapada en la inacción política del ejecutivo ni en su impericia para construir gobernabilidad y consensos en temas cruciales.
Muchas naciones han hecho acuerdos-país para enfrentar la pandemia, Colombia no, a quien le corresponde tomar la iniciativa no lo hace, no quiere, o sabe que no puede. Antes que, por el Palacio de Nariño, la política en Colombia pasa hoy por El Ubérrimo, vivimos un neocaudillismo vergonzante.
El gobierno que suceda al de Duque debería tener muy en cuenta que la incapacidad para concertar con los diferentes sectores conduce a la ingobernabilidad y al conflicto. Así ocurrirá cuando se reanuden las fumigaciones con glifosato: habrá palo a la protesta social, sin opción de diálogo.
La esencia del Nuevo Liberalismo es, precisamente, la política. La política como facilitadora del diálogo; como “acción” para mejorar la vida de la gente; como trinchera para “defender la democracia y las libertades fundamentales”; como el espacio para “conjuntar voluntades” y como mecanismo para solucionar diferencias.
Todo esto, escribía Luis Carlos Galán hace 40 años, “supone una nueva manera de entender y hacer la política; una política capaz de diseñar y realizar una nueva sociedad”. ¿Quién duda de la vigencia de esta idea-fuerza?