¿Es muy apresurado decir que este último intento de independencia catalana se traduce en un completo fracaso?, me aventuro a decir que no.
Por una parte es respetable que existan personas y partidos políticos que busquen bajo sus propios argumentos la independencia de Cataluña, a todos ellos se les debe dar oxígeno político y de opinión.
Pero lo que no se puede negar es el rotundo fracaso de un intento de independencia erróneamente concebido y ejecutado. Por una parte, nunca se planeó con detalle el paso al vacío luego de una independencia, el posible reconocimiento internacional (que jamás ocurrió), algún plan para levantar voces fuera de Cataluña a favor de un nuevo posible Estado, nada, el intento de Referéndum y su práctica en el Parlament no es menos que antidemocrática, torpe, y al parecer respondía a intereses más allá de la independencia misma.
Ahora que el expresidente Carles Puigdemont se encuentra en Bruselas, buscará victimizarse, crear una figura que denuncie al Gobierno Español de represor, y a su constitución, como si lo ocurrido obedeciera a una completa violación a su autonomía ¿Acaso no se les respetó esa autonomía por años dejando elegir y gobernar a impulsores del mismo independentismo?.
Pero si estos líderes independentistas fueron los padres de la farsa, el Gobierno de Rajoy siempre se mostró más permisivo que predictor de la situación. Ni el Partido Popular que gobierna con mayorías en el Senado, ni los partidos opositores hicieron mayor cosa, mientras esta ola crecía como una burbuja destinada al fracaso.
Aplicar el artículo 155 de la Constitución de ese país (artículo que permitió a Rajoy la destitución de Puigdemont y la intervención temporal de la autonomía catalana) es solo un pobre extintor, de una situación que se pudo procurar apagar con mucha antelación. Y peor que eso los movimientos antes de la activación de este mecanismo (con la represión el día del fallido Referéndum) y ahora con la petición de detención de Puigdemont (además de dar cárcel a sus exconsejeros sin oportunidad de fianza), solo parece exacerbar los ánimos pro-independentistas.
El llamado a elecciones de Rajoy en Cataluña para el 21 de diciembre no resolverá la situación, por el contrario hace falta mucho equilibrio. Lo mínimo sería esperar un reconocimiento de que la relación del estado central con Cataluña debe redefinirse (incluso con otras autonomías), como también un reconocimiento desde Cataluña de las mentiras que se vendieron en este proceso, y de que un nuevo intento de independencia requerirá más planeación política e institucional, que anuncios de microfono.
Las elecciones no arreglarán el desorden institucional, ni reparan el daño causado al “contrato social” de los habitantes de Cataluña y la profunda división que se viene desarrollando. Como ocurre muchas veces en Colombia, las soluciones centralistas no resuelven los dilemas y problemáticas regionales cuando se cree que todo se trata meramente de legalidad, finalmente las nociones de nación o patria, van más allá del mero cumplimiento de la Ley, y mientras esto no sea resuelto, tampoco lo será la encrucijada catalana, así la respuesta a futuro sea la independencia o no.