No podía dejar pasar el tweet del presidente de Fedegan José Félix Lafaurie contra Martín Santos, donde aparece con una camiseta de color rosado, y una Dodge del mismo color en La Habana; a lo que Lafaurie trinó: “Qué gracia su padre #Farcsantos negocia impunidad y el mayor lavadero de dineros del narcotráfico en Cuba y su hijo Martín recorre La Habana con ínfulas de turista. Noté el color de la camisa y el color del carro: ROSADO. Uhmm”
Esto generó una inmensa ola de críticas y ataques en redes sociales. Y un furibundo Lafaurie le dijo a medios como RCN Radio: “No se me fue la mano en el tuit con Martín Santos, lo que pasa es que ustedes son muy malpensados”.
Y claro, en esta sociedad de puritanos, donde todos reclaman para sí la pulcritud y honradez en su actuar, y nadie discrimina a nadie, hacer alusión al color “ROSADO” (nótese las mayúsculas) en un hombre con un “Uhmm” y pensar que se refiere a su orientación sexual, es ser “malpensados”.
Pero lo más importante de ese tweet es que refleja la realidad mediática en la que vivimos, la era del movimiento de las emociones a través de frases en redes sociales que abren el camino a la mente a conclusiones rápidas, prejuiciosas, e incluso vengativas, con mayor facilidad que sentarse a contextualizarse sobre lo que está probado, lo que es cierto y lo que no lo es.
Por una lado, probablemente no existe mayor estrategia vil, que atacar a un padre a través de un hijo, y es que Lafaurie se refiere a un hecho político específico para atacar al Presidente Santos, insultando a su hijo por el lugar donde se toma la foto y ropa con la que está vestido.
Por otro lado, el tweet refleja todos los prejuicios de un hombre que piensa que somos una sociedad de “malpensados”, donde el color de la ropa sí importa, esa era donde: el rosado es de niña, y el azul de niño, y “cuidado le ponemos rosado al niño, no vaya ser que se nos dañe”.
Pero al final de cuentas, y sin mencionar todas las fotos con ropa rosada que usan los propios miembros de la familia de Lafaurie (ya que sería usar su misma estrategia). Cabe preguntarnos ¿Y a nosotros qué nos importa como se vista Martín Santos?, ¿Y si se fue de turista a nosotros qué?.
Entonces uno comprende que la noticia es noticia, porque aunque estamos en el 2017, para José Felix Lafaurie es un insulto, decirle al hijo que el papá apoya la paz, vestirlo con colores que no son para hombre, y atacarlo con insinuar que es homosexual (porque ser mariquita es algo “reprochable”).
No es porque sea Martín Santos, es porque Lafaurie nos recuerda parte de la sociedad en la que vivimos, esa que invocando principios tradicionalistas, está dispuesta aún a defender que tenemos una especie de parámetros homogéneos, relacionados más con un las formas que con el fondo de la ética de personal, y que definen lo que ellos llaman “ciudadanos de bien”.
Finalmente ante la insoportable idea de progresar, volvemos a los viejos debates donde “la masacre de las bananeras es solo un mito”, “la tierra es plana”, “existe una conspiración para homosexualirzanos”, y donde nuestro mayor enemigo no es la corrupción, sino algo llamado “el castrochavismo de Santos”, pues como dijo Félix de Bedout en un trino: “Son los tiempos que corren”.