Cortesía de la dictadura de las encuestas, que acaparan todo debate electoral en Colombia, Gustavo Petro ya había comenzado a organizar el trasteo para mudarse al Palacio de Nariño el próximo 7 de agosto. Todos los sondeos y encuestas lo favorecían; su séquito, cegado por el fanatismo, aniquilaba virtualmente a cualquier persona que se atreviera a cuestionarlo. La “Colombia Humana”, que más que humana parecía una república del matoneo, parecía imponerse.
Aprovechando la oportunidad de iniciar campaña en forma anticipada que ofrecían las consultas interpartidistas, Petro decidió someterse a este mecanismo de participación ciudadana compitiendo contra Carlos Caicedo, exalcalde de Santa Marta y candidato presidencial inscrito por firmas, bajo la excusa de unificar así a un amplio sector de la izquierda en torno a su candidatura. A todas luces una lucha desigual e innecesaria: Petro, un político de renombre nacional, contra un recién llegado a la vida pública que es desconocido en casi todo el país; pelea de “tigre con burro amarrado”, dirían las abuelas.
Era un secreto a voces que a Petro no le interesaba el duelo con Caicedo, a quien él mismo catalogó como un “marginal” en la política sin posibilidad alguna de ganar. Su verdadera intención era medir fuerzas con la consulta que iba a realizar el Centro Democrático, representado por Iván Duque, con Martha Lucía Ramírez y Alejando Ordoñez Maldonado para elegir al candidato de la ultraderecha colombiana a la presidencia. Más que una consulta interpartidista, Petro pretendía tener una especie de primera vuelta presidencial en la que le mostraría al país que tenía el paso a segunda vuelta garantizado y que era un rival a tener en cuenta.
Transcurridas las elecciones, el júbilo se apoderó de las huestes petristas que celebraron los 2.849.331 votos que obtuvo Petro en la consulta. Sumando los votos que obtuvo Caicedo, 514.978, la consulta de la izquierda logró 3.526.136 apoyos ciudadanos; cifra nada despreciable. No tuvo en cuenta el club de fans un pequeñísimo detalle: para asegurar el paso a segunda vuelta, como mínimo, requerían tener unos 5 millones de votos; cifra que si alcanzó la consulta de la ultraderecha, la cual obtuvo un total de 6.130.300 votos, dando como ganador a Iván Duque con 4.038.101 votos, seguido por Martha Lucia Ramírez, su ya anunciada fórmula vicepresidencial, que logró obtener 1.537.790 votos y, por último, monseñor Alejandro Ordóñez, con 384.721 votos; el inquisidor resultó quemado.
A diferencia de las encuestas, las urnas no mienten: la fuerza electoral de Petro se esfumó frente a la solidez que demostró tener la derecha en Colombia al obtener más de 2.600.000 votos de diferencia, asegurando así su paso a segunda vuelta. Claramente las cifras toca tomarlas con cuidado ya que no todos los votos que obtuvieron Duque o Ramírez les pertenecen; mucha gente votó la consulta de la ultraderecha por tratar de frenar a Duque, o bien por manifestar su oposición a Petro. ¿Cuántos de esos votos le pertenecen a Fajardo, Vargas Lleras o De la Calle? Está por verse. La gran conclusión es que, totalizando, son más los votos contra la izquierda representada por Petro que los que éste puede movilizar a su favor.
Petro, político experimentado, cegado por su ya enorme vanidad exacerbada por las encuestas favorables, cometió un error de principiantes: se dejó medir, y en forma innecesaria. Todo buen jugador de póker sabe que su éxito radica en no dejar ver las cartas que posee a sus oponentes. Al mostrar su verdadera fuerza, que, pese a ser significativa es insuficiente para pasar a una segunda vuelta, se ha desvalorizado como candidato. Recuperarse no es posible toda vez que ni Sergio Fajardo ni Humberto de la Calle están interesados en realizar alianzas con él y, además, ya se están coqueteando entre ellos para aliarse. Saben que Petro, contrario a sumar, resta. Bien lo dijo Daniel Coronell, “Petro es tóxico y no sirve ni como candidato ni como aliado en una coalición. Es como la margarina, que le hace perder valor al pan”.
Hay errores u horrores que en política no se perdonan: sus coqueteos vulgares con la dictadura venezolana, su prepotencia, su discurso incendiario, su populismo exacerbado, sus nefastas propuestas económicas, el odio de clases que pregona y la polarización que siembra a su paso, le han pasado a Petro cuenta de cobro; fue por lana y salió esquilado. Más de seis millones de colombianos elevaron su voz para decirle: “¡NO PASARÁS!”. El país se ha salvado de caer en manos de un hombre con carácter dictatorial y un proyecto de izquierda radical, al que algunos comparan con Pepe Mujica pero que no es nada diferente a una copia burda de José Daniel Ortega Saavedra, presidente de Nicaragua.
En el entretanto, salvo que ocurra lo que parecería ser un verdadero milagro y Fajardo logre hacer una campaña coherente, inclusiva, y sin el puritanismo radical que lo ha caracterizado hasta ahora, condenándolo al fracaso, todo parece indicar que tendremos una segunda vuelta presidencial entre Germán Vargas y Álvaro Uribe, digo, e Iván Duque; grandes vencedores en las elecciones a Congreso. El futuro de nuestro país oscilará entre la centro derecha y la ultra derecha.
Amanecerá y veremos.