Durante el tiempo que estuve en la Sierra Nevada, una de las enseñanzas más importantes que obtuve del Mamo Piedra en Jewra (el lugar sagrado de los Arhuacos en donde se hace pagamento al agua), llegó a mí mientras él sostenía a una ranita en la palma de su mano. “El ‘bunachi’ (forma para referirse al hombre blanco) no sabe que la ranita canta para avisarle que se acerca la lluvia, el bunachi no sabe que la ranita canta para avisarle –incluso– que ya puede sembrar; no, al contrario, el bunachi coge la ranita y la abre por la mitad para mirar qué tiene adentro”.
Sin duda, ignoramos por completo qué es dialogar con la naturaleza, nuestro instinto primario de conexión y entendimiento con todas las formas de vida es –quizás– el legado ancestral más relevante que nos pudieron dejar, porque evitaría nuestra autodestrucción; pero lo olvidamos y es por esto que en vez de celebrar la vida, estamos siendo testigos de la muerte.
El desastre petrolero en Lizama (Santander), que aún mantiene su impacto sobre muchos ecosistemas y que pasamos por alto porque ya no sale en las noticias; y el desastre de Hidroituango (Antioquia), que por estos días ocupa todos los titulares de los periódicos, son muestras de la debacle que representa un modelo económico que últimamente nos trae más pérdidas que ganancias.
El pasado 2 de marzo, fecha en la que del pozo petrolero 158 de Lizama comenzó a salir crudo, las miradas de los colombianos se volcaron nuevamente sobre las 15.812 hectáreas que tiene el campo de Ecopetrol en esta zona de Santander. A medida que el afloramiento de crudo seguía expandiéndose y abriéndose paso por la quebrada La Lizama, hasta llegar al río Sogamoso, crecía el interés del país en conocer más acerca del pozo, del campo y de las actividades de Ecopetrol.
Por otro lado, la alteración del ciclo del agua, el problema más notorio en Hidroituango desde el punto de vista ambiental y social, ha ocasionado ritmos pocos previsibles en el Río Cauca. Lo cual, en definitiva, no es culpa del río sino de la mano del hombre. Desviar un río, desafiar la naturaleza, trae consecuencias.
La codicia rompe el equilibrio y esto lo demuestra hoy Hidroituango. Las cifras son contundentes: Colombia en 2016 tuvo una capacidad de generación de energía de 16.594 MW (Megavatios), mientras que la demanda máxima ese año fue de 9.904 MW, es decir, el sistema está en capacidad de generar un 40% por encima de los requerimientos de máxima demanda. Entonces, ¿qué está pasando? ¿Estamos exportando electricidad a costa de qué? A costa del dolor, la re-victimización y el desplazamiento de zonas rurales, en donde nuestros compatriotas más vulnerables deben revivir el horror de habitar en territorios llenos de riqueza.
Ambas regiones, Lizama e Hidroituango, víctimas de la forma cómo producimos energía, han puesto en duda –también– la representatividad de la ingeniería colombiana y los conglomerados económicos; y la capacidad de nuestros profesionales para edificar un país de cara a la diversidad y complejidad del territorio colombiano, y en concordancia con el bienestar de la población.
El abuso de un modelo económico extractivo sobre nuestra privilegiada biodiversidad, sobre nuestra preciosa agua no es viable. El desarrollo del país basado en commodities no permite ver el potencial que tenemos, la buena posición geográfica que ocupa Colombia para desarrollar formas de energía realmente limpias y sostenibles que nos permitan tener autosuficiencia. Según la OIT, la necesidad de enfrentar el cambio climático, la sobreexplotación de los recursos naturales y la contaminación de los ecosistemas hace urgente la transición a una economía verde que tiene la capacidad de generar millones de empleos en América Latina y el Caribe, y mitigar los costos laborales derivados de los problemas ambientales: “Los esfuerzos por combatir el cambio climático al año 2030 generarán en el mundo unos 18 millones de empleos en los sectores de la construcción y manufactura para hacer posible la generación de nuevas fuentes de energía y avanzar hacia una mayor eficiencia energética”.
Por esto, de nuevo es válido decir que urge restaurar la relación entre el ser humano y la naturaleza. No puede haber tanto ego como para olvidarnos que hacemos parte de un todo como especie humana. Mantener el equilibrio y garantizar nuestra supervivencia depende de que todos aprendamos a interpretar la voz de la naturaleza, una voz que hoy nos dice a todos los colombianos que la estamos cagando.
De nuestra inversión en ciencia, tecnología e innovación depende la nueva planeación del país, transitar hacia una economía viva que permita a las economías emergentes como la economía creativa ser protagonista y aprovechar la juventud del país (hoy por hoy, según el Dane, el 52,3% de la población es menor de 30 años). Y en este escenario, la biotecnología, la bioprospección y la Bioriginalidad pueden representar el auténtico desarrollo de nuestra biodiversidad, lo que realmente nos hace potencia.
Así que pasar del 0,6% del PIB para inversión en ciencia, tecnología e innovación al 1,2%, como sucede en países de la región como Brasil; o al 3% del PIB, que es lo que invierten los países miembros de la OCDE, es justo y necesario ¡Es para ya!.
A propósito del Día mundial de la Biodiversidad celebrado este martes 22 de mayo, me sorprendí cuando hice un tuit con la cifra del año 2017 del Sistema de Información de Biodiversidad (SIB), en el que hablaba de 56.343 especies sistematizadas en nuestro país, y ellos mismos me respondieron que para mayo de 2018 van 62.829 especies sistematizadas ¡6.486 especies nuevas sistematizadas en un año! Sabiendo esto, ¿aún creemos que nuestro potencial es el fracking y seguir represando los ríos para construir hidroeléctricas?