La crisis de los partidos políticos parece ser un fenómeno con tendencias universales. En Europa pasaron a la historia la mayoría de los grandes partidos políticos de la segunda postguerra mundial; en Italia, los dos grandes partidos, la Democracia Cristiana y el Partido Comunista, no existen; en Francia, sucedió algo similar con los partidos gaulistas y el Partido Socialista. En América Latina similar, hoy gobierna México un Presidente elegido por un partido de reciente creación, Morena, en los países andinos los sistemas de partidos colapsaron desde los años 90s del siglo anterior.
En Colombia, que se preciaba con Uruguay de tener un bipartidismo sólido desde el Siglo XIX, liberales y conservadores en nuestro país y colorados y blancos en Uruguay, también nuestro sistema de partidos colapsó, progresivamente, pero lo hizo. Probablemente el principio del fin del bipartidismo colombiano lo encontramos en el periodo de Frente Nacional -el que les permitió a liberales y conservadores dejar atrás sus enfrentamientos violentos, pero el costo fue comenzar a desdibujarse como opciones políticas diferenciadas-; posteriormente la Constitución de 1991 contribuyó a su debilitamiento cuando en aras de estimular la participación política propició la formación de partidos políticos solamente con cincuenta mil firmas de colombianos -que ni siquiera eran excluyentes-, lo que llevó a la proliferación de partidos políticos -llegamos a tener casi noventa partidos políticos con representación jurídica-, con los efectos perversos de esa atomización. Posterior a la reforma política electoral de 2003 vino un proceso de disminución de partidos y la creación de otros nuevos, pero sin que existieran sólidas identidades políticas o ideológicas.
La actual campaña para las elecciones regionales y locales nos muestran el desdibujamiento completo de las identidades partidistas y los que todavía aparentan serlo, se parecen cada vez más a unas especie de ‘agencias de avales’ de candidatos. Hay candidatos en ciudades capitales con multiavales, cuentan con el aval del Partido Liberal, del Partido Conservador, del Partido Centro Democrático y otros cuantos partidos menores; frente a lo cual la pregunta es, ¿entonces esos partidos políticos ya no tienen entre sí ninguna diferencia? En algunas regiones del país ya ni siquiera interesa la real o supuesta pertenencia a un partido político, sino contar con el apoyo de una gran familia de empresarios. En el campo de la izquierda o de los llamados alternativos, la situación no es muy diferente, en Bogotá nada más, esas fuerzas políticas cuentan con cuatro listas al Concejo que a su vez reflejan coaliciones diversas de pequeñas organizaciones.
Todo este panorama lleva a plantearse una serie de interrogantes, a los que por el momento es difícil darles respuestas sólidas. ¿Qué va a remplazar a los partidos políticos, que para muchos politólogos y sociólogos políticos eran indispensables para canalizar la diversidad de la representación política ciudadana? ¿Se agotó un modelo de partido político y puede ser remplazado por otro? ¿El problema es de remplazar los dirigentes actuales por otros? ¿Los movimientos políticos, más horizontales e inorgánicos pueden sustituir a los partidos políticos? ¿O definitivamente el modelo de representación política a través de partidos políticos es el que hace agua y estamos por el momento en búsquedas de formas sustitutivas pero que todavía no son claras?
No hay que tomar a la ligera esta circunstancia por cuanto esto incide no sólo en la forma como se canaliza la diversa representación política, sino como se construyen formas de gobernabilidad en las corporaciones públicas y se les da estabilidad y eficacia a los gobiernos. Problemas nada sencillos de resolver.