Ni estábamos en el paraíso terrenal cuando se firmó el acuerdo de paz ni hoy cuando un puñado de disidentes ha decidido armarse volvimos al pasado. “Ni tanto que queme al santo ni tampoco que no lo alumbre”, lamentablemente en un país donde la polarización goza de buena salud, estamos acostumbrados a ver la vida en blanco y negro olvidando que entre los extremos hay múltiples matices de grises.
Según la Agencia gubernamental para la Reincorporación y la Normalización (ARN) 13.014 integrantes de las Farc se desmovilizaron en el marco de la firma del acuerdo de paz. De estas personas, según el gobierno:
-3.537, es decir el 27,17%, se encuentran en los Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación que fueron los lugares que se dispusieron para el agrupamiento de los desmovilizados.
-8.277, es decir el 63,6%, se encuentran en sus lugares de origen familiar o en nuevos domicilios donde se han radicado. Desde donde han seguido distintas trayectorias de reincorporación individual y colectiva.
-1.200, es decir el 9,2%, no se conoce su paradero.
Se puede afirmar, sin temor a equivocarse, que el 90% de los guerrilleros desmovilizados de las Farc están cumpliendo cabalmente el acuerdo al que se comprometieron, mientras una cifra cercana al 10% se ha incorporado a grupos criminales.
Ver a antiguos líderes de la guerrilla de las Farc, encabezados por Iván Márquez, Jesús Santrich, y el paisa afirmar que: “retoman las armas para continuar en su lucha subversiva como respuesta a la traición del Estado a los Acuerdos de Paz de La Habana” es desmoralizador para la ciudadanía, y le sirve de combustible a aquellos que desde diferentes trincheras han querido tirar por la borda lo acordado. Lo cierto es que al margen de las dificultades que representa el alzamiento en armas de una parte de los ex integrantes de las Farc, a los que el Estado deberá enfrentar con toda su capacidad institucional, para doblegarlos y enviar una señal clara e inequívoca tal como aparece consignado en el acuerdo de paz: todos los beneficios otorgados a los guerrilleros después de la firma del acuerdo de paz (1 de diciembre de 2016) se perderán si continúan delinquiendo. El país debe ser solidario y cumplirle a la gran mayoría de excombatientes que están en proceso de reintegración a la sociedad cumpliéndole a la paz (muchos de ellos están estudiando, capacitándose para el trabajo, emprendiendo proyectos productivos, formando familia, otros incluso haciendo política dentro de la legalidad).
Un país con tantas dificultades necesita más gente actuando como bomberos, apagando incendios, que pirómanos, creando problemas. En estos momentos los colombianos deberíamos tratar de ponernos de acuerdo en rechazar, a una minoría violenta que se aparta de lo acordado y apoyar a aquellos, que son mayoría, que lo cumplen. Y no aprovechar el rio revuelto para tratar de barrer con lo que se ha avanzado. Los discursos extremistas a través de los cuales se erigen muros y se incendian sociedades no llevan a nada, por ello mi reflexión en esta columna es ver todo en sus justas proporciones.