La tradición de los partidos políticos colombianos fue, antes que nada, la de estructuras electorales con organizaciones flexibles, sin ninguna ideología definida -solo con algunos referentes muy generales-, por supuesto sin disciplina entre sus militancias y entre sus congresistas, por eso podemos decir que eran -son?- antes que nada ‘grandes sombrillas’ bajo las cuales se refugiaban transitoriamente ciertos liderazgos, caudillismos y ‘casa politicas’ más o menos disfrazadas de faccionalismos y correspondientes a los seguidores de ex presidentes o de los llamados ‘jefes naturales’.
Desde temprano en su historia, estuvieron ligados a prácticas clientelistas -se pasa de modalidades de clientelismo hacendatario a formas de clientelismo con los recursos públicos privatizados y a su modernización contemporánea-, por eso en los partidos tradicionales siempre emergieron especialistas en ganar elecciones, ‘manzanillos’ se les denominaba, aunque en realidad casi todos lo eran y posteriormente emergen con fuerza prácticas de compras de votos, bajo diversas modalidades, hasta las prácticas actuales que parecieran orientarse es a comprar las propias administraciones locales o regionales, donde el volumen de los recursos económicos parece lo determinante.
En el Partido Liberal son recordados, durante el Siglo XX, la ‘casa Lopez’ -por el expresidente López Pumarejo y luego su hijo López Michelsen-, la ‘casa Santos’ -por el expresidente Eduardo Santos- que luego deviene en la ‘casa Lleras’, la ‘casa Turbay’ -por el expresidente Turbay Ayala-, luego, en la segunda mitad emergen la ‘casa Samper’, la ‘casa Gaviria’, la ‘casa Galan’. En el Partido Conservador la ‘casa Gomez -por el expresidente Laureano Gómez y luego su hijo Alvaro- y la casa Ospina -por el expresidente Mariano Ospina- que luego deviene en la casa Pastrana -por el expresidente Misael Pastrana-. En cada una de esas casas emergen siempre algunos que se consideran con el derecho hereditario a reclamar los liderazgos y los apoyos electorales.
Por eso los partidos políticos tradicionales colombianos nunca fueron realmente democráticos -esto también caracterizó, por lo menos parcialmente, a los de izquierda y a los que fueron surgiendo posteriormente-, los liderazgos estaban de antemano pre-definidos y si no eran reconocidos emergían disidentes o nuevas casas políticas.
La emergencia en los comicios contemporáneos de casa familiares, ya ni siquiera se habla de partido políticos, es una especie de evolución normal de la anterior situación. Hoy se habla, a vía de ejemplo de la ‘casa Char’ o de la ‘casa Name’ y la ‘casa Gerlein’ en el departamento del Atlantico, o de la ‘casa Aguilar’ en el departamento de Santander, o de la ‘casa Cote’ en el departamento del Magdalena, o de la ‘casa Ramos’ en el departamento de Antioquia, o de la ‘casa Toro’ en el Valle y así sucesivamente.
Y por supuesto las elecciones en buena medida son disputas o alianzas entre estas casas familiares para ver quién controla los poderes territoriales.
Solo una seria y profunda reforma electoral y una decisión de los dirigentes políticos podría modificar esto a futuro y lograr que el discurso de la democracia, que repiten sin cesar muchos de nuestros dirigentes, no se convierta en palabrería hueca cada vez con menor credibilidad.