Este domingo se instala el Congreso que va a dar origen al partido político de la organización FARC, que sustituirá para siempre a lo que fue la organización insurgente y permitirá que se cumpla el objetivo que tiene todo proceso de terminación consensuada de un conflicto armado: la transformación de la organización armada ilegal, previa dejacion de armas, en un movimiento político dentro de la legalidad, que competirá por ganar el apoyo de los ciudadanos en igualdad de condiciones que las demás fuerzas políticas. Esto es lo que en los Acuerdos de La Habana se denomina la reincorporación política.
En Colombia, como hemos tenido tanta violencia con intencionalidades políticas, que siempre hemos resuelto por las vías concertadas, tenemos también gran experiencia en ese campo –unas positivas y otras menos-. Desde la desmovilización de la guerrilla liberal a finales de los años 50s del siglo pasado, que llevó a jefes guerrilleros liberales como Rafael Rangel, líder de la guerrilla liberal del Magdalena Medio, o al jefe liberal-comunista del Sumapaz, Juan de la Cruz Varela, a llegar al Congreso en las listas del Movimiento Revolucionario Liberal (MRL), liderado por Alfonso López Michelsen.
Posteriormente, en el marco del conflicto interno armado, ya tuvimos experiencias de este tipo con el trágico caso de la Unión Patriótica (UP), organización derivada de los acuerdos de La Uribe entre el gobierno de Belisario Betancur y las FARC, con sobradas razones, como experiencia frustrada e históricamente demostrativa de las dificultades que presenta nuestra sociedad para garantizar el ejercicio político democrático desde la izquierda.
Luego vamos a vivir las transiciones políticas en los procesos culminados en el Gobierno del Presidente Virgilio Barco a finales de los ochenta, con los casos del M-19, el Ejército Popular de Liberación (EPL), el Movimiento Armado Quintín Lame y el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), así como el proceso en el gobierno de César Gaviria con la Corriente de Renovación Socialista (CRS). En estos procesos vale la pena resaltar el caso del movimiento político Alianza Democrática M-19, liderado por los miembros del M.19 que se habían desmovilizado y que van a tener un gran resultado electoral en las votaciones para la Asamblea Nacional Constituyente de 1991 –la lista individualmente más votada de la misma-. Posteriormente y a mi juicio por no ser una comunidad política de tradición partidista, esta organización desapareció y luego sus miembros han estado en varias otras experiencias organizativas. El Ejército Popular de Liberación creó el movimiento político Esperanza Paz y Libertad –para jugar en los imaginarios sociales con su sigla de la época insurgente-, pero el resultado tampoco fue muy positivo.
En América Latina sólo en dos países, El Salvador, con el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), convertido luego en partido político con ese mismo nombre y en Uruguay, el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros, convertido luego en la tendencia Participación Popular al interior del Frente Amplio y con su dirigente Pepe Mujica, han llegado al gobierno, después de más de dos décadas de participar en la vida política democrática.
En el caso del partido político que va a constituir las FARC, que todavía no es claro cuál será su nombre, ni sus tesis definitivas, tiene el desafío de convertirse en una opción política que compita y respete las reglas de nuestra democracia, una básica es la alternancia política. Ojala tengan suerte para que el proceso de terminación concertada del conflicto armado haya concluido positivamente.