A lo largo de la historia de las sociedades se le ha otorgado un papel relevante, fundamental al liderazgo, o para ser más preciso al líder. Pero durante mucho tiempo y por supuesto todavía ahora, la importancia estaba centrada en el líder personalizado, visto como un salvador, un mesías, el caudillo. Por ello para muchos cuando se habla de líder siempre se asocia al caudillo político, el que se supone sabe qué es lo que conviene y cómo lograrlo. Es decir durante mucho tiempo la idea de líder se identifica con el caudillo, dirigente casi siempre indiscutible y a quién difícilmente se le debe o puede controvertir.
Pero esto no sólo se ha expresado en el mundo de la política, también en el de los negocios, en el religioso, en el académico, en el de las luchas sociales y aún la vida cotidiana… por eso la discusión sobre aspectos como el llamado carisma –esos atributos de determinadas personas por medio de las cuales lograban sobresalir en un grupo determinado-, han sido objeto de reflexión en las ciencias sociales, o mejor tema de controversia y debate –el líder nace o el líder se hace era (¿es?) un tema de controversia-. También desarrolla en otros envidia o sentimientos similares. Progresivamente toma fuerza la idea de ‘liderazgos sociales’ o ‘liderazgos colectivos’, para señalar que considerando el tema de liderazgo, como esa capacidad de sugerir, orientar, conducir determinados quehaceres en los múltiples espacios de la vida social, esto no era ni podían ser atribuidos exclusivamente a personas individuales, sino más bien resultado de procesos colectivos –lo cual sonaba sugerente, pero para algunos poco realista-.
Lo cierto es que el líder, ya sea un producto individual o expresión de un proceso social, ha jugado y sigue jugando un rol estratégico. Algunos lo consideran un componente fundamental del capital social y un elemento determinante para expresar y estimular reivindicaciones por derechos o carencias de grupos sociales de diverso tipo. Sin embargo, en un país como el nuestro es una actividad crecientemente peligrosa, cuando estamos hablando de lideresas o líderes que reclaman derechos de sectores populares, como la tierra, la defensa del territorio, la vigencia de derechos humanos fundamentales. A esos líderes y lideresas los han venido asesinando de manera creciente y lamentablemente con mucha indolencia e impunidad.
Lo cierto es que el liderazgo sigue siendo y seguramente cada vez más, un factor determinante del desarrollo de las sociedades en los distintos campos y en un proceso que podríamos denominar de creciente democratización del liderazgo social, donde emergen cada vez más liderazgos en los territorios y en las distintas actividades sociales –la política, la economía, la reivindicación de derechos, la actividad académica, etc.-. Claro, siguen teniendo relevancia, para otros sectores los líderes personalistas, casi siempre encarnación de caudillismos de viejo o de nuevo tipo.
Por ello adquiere la mayor relevancia el lanzamiento por la Universidad Nacional, con su Rectora al frente, del Instituto de Liderazgo Público, como un espacio de promover, estimular y contribuir a la formación de la multiplicidad de liderazgos de diverso tipo. A través de las distintas Sedes, la Universidad Nacional puede contribuir a darle apoyo y voz a esos liderazgos territoriales y de esta manera aportar también a la formación del proyecto de nación, diversa, geográfica, territorial y étnicamente, pero toda aportando a esa nueva idea de nación, como lo ha hecho a lo largo de su historia, colocando su ‘grano de arena’ en la construcción de paz, pero igualmente orientada a estimular la innovación, creatividad y diversidad para tener un país productivo, sostenible, con mayor equidad y sin violencia.