El enfoque que le dio Robert F. Kennedy o Bobby a los problemas de su país, nunca encajó perfectamente en los dogmas ideológicos de su época. Hablamos de un hombre que creyó que la administración pública debía convertirse en una fuerza colectiva para hacer lo correcto, y por eso, asumió el riesgo político de hablar de temas y personas frente a los que la sociedad, guardaba silencio. Forzó duras conversaciones en escenarios públicos, sobre la pobreza, la desigualdad social y estructural de su país.
Se trata de un verdadero campeón liberal. Su liberalismo era un liberalismo muscular, comprometido con un gobierno activista de las causas sociales, pero profundamente desconfiado del poder concentrado y seguro de que el cambio fundamental, solo viene de una comunidad empoderada y de unos ciudadanos conscientes de sus derechos y comprometidos con sus responsabilidades. La muerte de RFK fue una gran pérdida no solo para el Partido Demócrata, sino para todos los que lideramos causas sociales.
Las ideas sobre el uso de la autoridad del gobierno para ayudar a los más débiles, se convirtieron en su principal legado y aun, después de tantos años de su asesinato, muchos lo recordamos cuando decía que “Cada vez que volvemos la cabeza hacia otro lado cuando vemos la ley burlada, cuando toleramos lo que sabemos que está mal, cuando cerramos los ojos y los oídos a los corruptos porque estamos demasiado ocupados o demasiado asustados y cuando no podemos hablar, golpeamos la libertad, la decencia y la justicia”.
En su discurso más recordado, en pleno centro de Indianápolis tras el asesinato de Martin Luther King, hizo un llamado a superar la polarización y las divisiones entre blancos y negros; ricos y pobres, a reconocer al otro, no desde una posición de superioridad sino desde la solidaridad entre iguales. Después de sus palabras, hubo calma, e Indianápolis se convirtió en una de las pocas ciudades norteamericanas, que reaccionaron con serenidad ante tan dolorosa noticia.
Los hechos en Indianápolis nos muestran que el discurso político tiene un impacto en la conducta de los ciudadanos. Por eso, en estos tiempos de polarización, los que somos políticos debemos entender la enorme responsabilidad que tenemos. No debemos reproducir escenarios de odio y venganza sino de unidad y hermandad. Ese es el camino para tener una verdadera nación Colombiana.