Estamos en un momento de inflexión, tanto en lo global como en lo regional. A nivel global, después de dejar en el pasado la bipolaridad propia del periodo de la guerra fría y el corto periodo de hegemonía excluyente norteamericana, entramos en un nuevo momento en el cual la idea de multipolaridad global predicada por varios analistas que internacionales comienza a hacerse realidad. Estados Unidos con el presidente Trump a la cabeza trata de retomar el protagonismo global -en el viejo conflicto afgano, la guerra civil Siria y el caso de Corea del Norte- pero en el escenario ya no es el único jugador. Por lo menos hay dos actores globales que intentan hacerle contrapeso, la Rusia de Putin y China, la primera potencia económica global.
Es verdad que la Unión Europea parece estar en un momento de confusión y reacomodo; después del retiro de Inglaterra y de los intentos del Presidente francés Macron de acercarse a la Canciller alemana Merkel, no termina de poderse recomponer como un actor global (más allá del protagonismo francés en algunas antiguas colonias africanas o en Medio Oriente); de otra parte, otras potencias medias parecen más interesadas en consolidar influencias regionales como son los casos de Turquía, Irán, Arabia Saudí y la propia India. En América Latina, Brasil después del Gobierno Lula, pierde interés en actuar como potencia regional y el actual gobierno gasta toda su capacidad en mantenerse en el poder sin ser enjuiciado ante sus tribunales.
En la región latinoamericana parece haber interés del Gobierno Trump por retomar el protagonismo que había venido cediendo en la última década. Pero lo ha hecho más con una renovada política del ‘gran garrote’ que con un esfuerzo por construir un liderazgo consensuado. Su primer objetivo fue Mexico con su propuesta, a todas luces inviable, de construir un muro entre los dos países para frenar la inmigración ilegal latinoamericana y renegociar el Nafta; luego siguió Cuba y la amenaza de revisar o congelar los avances logrados con el Gobierno Obama en las relaciones bilaterales; ahora es Venezuela a la que considera, inclusive, un eventual objetivo militar, con lo cual va a generar una situación de tensión evidente. Es verdad que esto es favorecido porque la región ha venido cambiando el color de sus gobiernos, del rosado o rojo de sus gobiernos progresistas ha venido produciéndose relevos hacia otros de derecha como el de Macri en Argentina, o el de Temer en Brasil, o el de Perú y otros como los de Uruguay y Chile prefieren tener una posición ambigua; lo que ha generado una fragmentación en la región evidenciada en que el día en que en Lima se aprobaba una condena al gobierno venezolano, ese mismo día doce países del Alba o cercanos aprobaban una declaración de respaldo al gobierno venezolano.
No es claro que el presidente Trump quiera comprometerse en un conflicto con Corea del Norte, con las implicaciones que esto tendría de enfrentamientos regionales y eventualmente con sus potencias rivales. En Latinoamérica, no es fácil que la amenaza de acción militar contra el Gobierno de Venezuela se vaya a materializar – no olvidemos que Rusia, China e Iran son aliados de los venezolanos-, pero lo seguro es que este solo anuncio estimulara tensiones en la región, especialmente en la frontera con Colombia, que no dejan de ser preocupantes para todos.