Católicos de nombre

Opinión Por

Terminada la visita a Colombia de Jorge Mario Bergoglio, mejor conocido como Francisco, sumo pontífice de la Iglesia católica, son muchas las reflexiones que podríamos suscitar y que irían desde polemizar frente al carácter laico del Estado colombiano y la cuantiosa inversión de recursos públicos destinada a atender su visita, hasta el posible impacto de su discurso en una sociedad mayoritariamente católica; se calcula que alrededor de 45 millones de personas profesan dicha fe en nuestro país. No obstante, hay otro interrogante que inquieta aún más: ¿qué tan buenos practicantes católicos son los centenares de miles de colombianos que dieron tan cálida acogida al papa?

Francisco no vino al país en su calidad de jefe de Estado de la Cuidad del Vaticano a atender asuntos diplomáticos, sino en su condición de sumo pontífice a evangelizar. En medio de su lenguaje coloquial fue absolutamente claro en su voluntad y en el mandato dado a los católicos, el cual resumiré brevemente: 1) es menester de todos trabajar en la reconciliación nacional, 2) debe perdonarse sinceramente a quienes hayan cometido delitos y estén arrepentidos de ello, 3) debe protegerse a la naturaleza, 4) la iglesia no debe intervenir en política sino dedicarse a evangelizar, 5) no debemos dejarnos robar la paz de los sembradores de cizaña, y, por último, pero no menos importante, 6) condenó la corrupción.

Más allá de las lágrimas, la algarabía, el júbilo y los aplausos de sus devotos fieles, ¿tendrán las palabras del papa algún efecto concreto en uno de los países con mayor población católica del mundo?, ¿veremos a los ultra católicos militantes del Centro Democrático pedir excusas por su cizañera e incesante campaña en contra de la paz?, ¿entenderá el alcalde Peñalosa, al que observamos feliz tomándose fotos con su santidad, que su pasión por extinguir toda forma de vida no humana acabando con el medio ambiente y destruyendo ecosistemas enteros es pecado?, ¿se reconciliarán entre sí todos los católicos dejando de lado la polarización política que nos aqueja?, ¿dejará la Iglesia de meter sus narices en los temas de Estado que nada tienen que ver con la fe?, ¿nuestra clase política y nuestros jueces renunciarán a la corrupción sistémica que los caracteriza? La respuesta a todos estos interrogantes es simple: NO, nada va a cambiar. La Colombia de hace una semana es la misma de hoy y, tristemente, será la misma de mañana.

¿La razón? El colombiano promedio se asume como católico solo por arrodillarse y persignarse ante un crucifijo e ir esporádicamente a misa para pedir perdón por sus pecados o congraciarse con su Dios para posteriormente pedirle favores. No obstante, más allá de la capacidad de algunos para recitar la biblia de memoria y condenar el “pecaminoso” estilo de vida de otros, la mayoría de los 45 millones de seguidores que tiene esa religión en nuestro país no hacen el menor esfuerzo para tratar de entenderla. Festejan al papa como si fuese una estrella de rock, pero ni siquiera tienen conocimiento de qué representa dicha figura y qué implicaciones tienen sus palabras, que distan de ser meramente inspiradoras.

Según la doctrina católica, aprobada por el Concilio Vaticano en 1870 y ratificada por el Concilio Vaticano II en 1965, y fundamentada en la Biblia, fue el propio Jesús quien estableció el papado cuando confirió sus responsabilidades y poderes al apóstol Pedro, a quien le prometió: Yo te daré las llaves del reino de los cielos; y lo que ates en la tierra, será atado en los cielos; y lo que desates en la tierra, será desatado en los cielos (Mateo 16:19). Así, la figura del papa fue dotada con la potestad suprema para dirigir a la Iglesia y guiar a los fieles, siendo su voluntad manifestada en la tierra acatada en el reino de Dios gracias a la promesa hecha por Cristo a Pedro. Es decir que cuando el papa habla en ejercicio de su función pastoral, su palabra se considera una verdad de fe exenta de error; ninguna discusión se permite al respecto y sus mandatos se deben acatar y obedecer incondicionalmente tanto por el clero como por los fieles.

En este contexto deviene claro que no se es buen católico por celebrar la visita de Francisco o por asistir a las misas dadas por él. Más allá de declaraciones bonitas, las palabras del papa son, o al menos deberían ser, de obligatorio cumplimiento para un verdadero católico. Faltan gravemente a su fe todos aquellos que ignoren lo ordenado por el sumo pontífice y, en consecuencia, esas personas se convierten en herejes por negar con su conducta un dogma de la Iglesia. La herejía, según el Código de Derecho Canónico (Canon 1364), es causal de excomunión latae sententiae, es decir, automática; el solo cometer la falta ya implica la excomunión, y esta se produce aunque no exista una declaración escrita por parte de la Iglesia.

El papa se fue, y con él su mensaje; lo único que queda de su “divina” visita son los 96 millones de dólares que generó la industria turística y los comerciantes. En Colombia, y también en el mundo, los católicos, mayoritariamente, lo son solo de nombre y palabra, no de pensamiento y obra.

Dicen que es usual que los católicos adhieran a su fe tal como si fuese una licencia de software que viene instalado en un computador: la aceptan al momento en que se les pregunta, pero casi ninguno sabe verdaderamente qué implica el pertenecer y vivir bajo los principios de dicha religión. He acá la prueba fehaciente de ello.  

Abogado de la Universidad Externado de Colombia. Especialista en Gestión Pública de la Universidad de los Andes.