Una nación en estado de gracia

Opinión Por

No una zarandeada sino un remezón telúrico produjo el Papa Francisco en su visita a Colombia.

Durante su permanencia sin duda fuimos un mejor país. Ahora esperamos desde el fondo del corazón que esa conciencia nuestra aletargada e indiferente al sufrimiento ajeno que el Pontífice vino a sacudir se mantenga viva y actúe.

Fue lucido y contundente en todas sus homilías. En ninguna de ellas dejó de lado el impulso a la paz recién pactada. Puso en el empeño de consolidarla toda la potencia de su palabra tan misional como política, la autoridad indiscutida del liderazgo ético global que ejerce y la humanidad que emana de su propia persona y que nos hace percibirlo como alguien tan cercano a nuestros afectos, dolores, expectativas y perplejidades.

Con voz alta y clara proclamó:
“Es hora de sanar heridas, de tender puentes, de limar diferencias. Es la hora para desactivar los odios, renunciar a las venganzas y abrirse a la convivencia basada en la justicia, en la verdad”.

«La violencia engendra más violencia, el odio más odio, y la muerte más muerte. Tenemos que romper esa cadena que se presenta como ineludible, y eso sólo es posible con el perdón y la reconciliación.”

Ningún otro país del Continente exhibe heridas tan persistentes y tan hondas, ni ha sufrido el embate de tantas y simultáneas formas de violencia: política, guerrillera, paramilitar, del narcotráfico y criminalidad común, como las que se han abatido y traslapado en las últimas décadas sobre los colombianos, victimizando sobre todo a los más pobres, débiles y excluidos, en una nación que es todavía una de las más desiguales e inequitativas del planeta.

El Papa Francisco lo sabe, conoce las causas detonantes del sangriento conflicto que nos ha enfrentado en una guerra degradada, interminable y brutal, y no ignora que existen sectores del espectro político que, negando incluso la naturaleza de la confrontación, apuntan a tomar el poder para “hacer trizas el maldito acuerdo”

Aunque nos sobran leyes, éstas no han servido para responder a las grandes necesidades de los campesinos sin tierras, crédito, salud, educación, vías y posibilidades de vida digna, ni para superar el abismo que existe entre los habitantes urbanos y los agrarios. El Papa Francisco propende por la armonía. Y afirma que:

“Se necesitan leyes justas que puedan garantizar esa armonía y ayudar a superar los conflictos que han desgarrado esta nación por décadas; leyes que no nacen de la exigencia pragmática de ordenar la sociedad, sino del deseo de resolver las causas estructurales de la pobreza que generan exclusión y violencia”.

Nadie aquí jamás había movilizado las multitudes esperanzadas y sonrientes que el Papa Francisco sacó a la calle.

Además de inyectar optimismo y ganas de salir adelante y de renovar la fe de los creyentes, catapultó a los jóvenes a hacer lío, a soñar en grande a enfrentar” el enorme desafío de ayudarnos a sanar nuestro corazón; a contagiarnos la esperanza joven que siempre está dispuesta a darle a los otros una segunda oportunidad. Los ambientes de desazón e incredulidad enferman el alma, ambientes que no encuentran salida a los problemas y boicotean a los que lo intentan, dañan la esperanza que necesita toda comunidad para avanzar. Que sus ilusiones y proyectos oxigenen Colombia y la llenen de utopías saludables.”

Aparte de la horrible violencia que nos ha signado desde los orígenes, Colombia, una nación todavía en construcción, perennemente dividida y fragmentada no ha podido encontrar un propósito común que consolide su identidad y alimente sus empeños de progreso en una dirección consensuada o compartida.

El Papa nos ha impulsado no solo a dar el primer paso sino a seguir caminando juntos en procura de la paz y la convivencia que son el deber y el valor supremo de cualquier sociedad civilizada.

Nos ha señalado rumbos y advertido paternalmente que podemos y debemos reconstruir la patria, después de décadas de sangrienta confrontación, sobre valores trascendentes de verdad, reconciliación, misericordia, justicia, equidad y paz.

El Papa Francisco logró además que sacáramos a flote y expusiéramos ante el mundo lo mejor de nosotros mismos. 500 millones de internautas y 200 millones de televidentes tuvieron mentes y ojos puestos durante 5 días sobre una nación sorprendente, multiétnica y multicultural, cálida, disciplinada y generosa e inmensamente rica en su biodiversidad, muchas veces bendecida por una naturaleza esplendida que estamos obligados a proteger y conservar.