CLAUDIA LÓPEZ Y ÁLVARO URIBE: DOS CARAS DE UNA MISMA MONEDA

Opinión Por

Claudia López y Álvaro Uribe son dos carismáticos y populares líderes políticos colombianos. Al comparar el currículo de ambos, por sus trayectorias y vida pública, parecieren ser polos opuestos e incompatibles entre ellos: ella, reconocida por su lucha contra el paramilitarismo y la corrupción; él, recordado por sus dos periodos presidenciales en los cuales el país presenció grandes golpes militares a las Farc y, a su vez, algunos de los escándalos de corrupción más sonados en nuestra historia patria.

La semana pasada se presentaron dos hechos que los involucran a ambos y que merecen ser analizados en conjunto: el primero fue que un fallo de tutela obligó a la senadora Claudia López a retractarse, a regañadientes, por haber afirmado durante un debate sobre el caso de Odebrecht, realizado en la W Radio, que al exministro Luis Felipe Henao, perteneciente al partido Cambio Radical, “le agradaba la corrupción y vivía de ella”. El segundo, ocurrido pocos días más tarde, fue que el expresidente Uribe tachó en su cuenta de Twitter al periodista Daniel Samper de ser un “violador de niños” con ocasión de una de las columnas de opinión del periodista.

Frente al caso de López, la justicia ha probado en reiteradas ocasiones que Cambio Radical ha permitido a todo tipo de criminales, asesinos incluidos, ejercer cargos públicos gracias al otorgamiento indiscriminado de avales, gozando de impunidad a la fecha. Pero, ¿eso convierte en delincuente a quien ejerce un Ministerio en representación de esa colectividad? No. La responsabilidad penal es individual; mientras un juez no establezca que Luis Felipe Henao vivió de la corrupción, como afirmó la senadora López, debe presumirse legalmente que él derivó su sustento de la remuneración que recibió como funcionario público.

Pasando al caso de Uribe, para nadie es una sorpresa este tipo de prácticas del expresidente. Él ha convertido su cuenta de Twitter en una especie de arma que, cual sicario moral, le permite arremeter contra la honra de todo aquel que le venga en gana, poniendo en riesgo, inclusive, la vida de sus víctimas al estigmatizarlas con señalamientos atroces, tal como es el caso de Daniel Samper, a quien casi puso al nivel de Luis Alfredo Garavito por el simple hecho de expresar su opinión recurriendo a la sátira política.

Ambos hechos, aunque puedan parecer aislados, ponen de presente que las “insalvables” diferencias entre López y Uribe desaparecen cuando de hacer política se trata; a tal fin, los dos recurren a la injuria y la calumnia como medio para ganar debates y capitalizar votos, sin importar cuántas vidas deban destruir o carreras arruinar. Si la senadora López estaba segura que el exministro era un delincuente que vivía cómodamente de la corrupción, ¿por qué no puso la denuncia en la Fiscalía o la Procuraduría, sino que esperó a un debate radial para dar la “primicia”? Un mínimo de sindéresis nos lleva fácilmente a concluir que no se puede predicar honradez y honestidad cuando a este tipo de prácticas mezquinas y deleznables se recurre en pro del posicionamiento de una campaña presidencial. Por no mencionar los ataques de López a la prensa, tachando periodistas de estar “fleteados por corruptos” o compararlos con criminales ante preguntas que para ella pueden resultar incómodas.

A propósito del “castro-chavismo” y el pánico que genera la posibilidad de su metástasis en Colombia, ¿existe diferencia alguna entre ver a Nicolás Maduro en televisión nacional lanzando todo tipo de improperios contra sus opositores, y el observar a Claudia López o a Álvaro Uribe aniquilando a sus contradictores al imputarles la supuesta comisión de los más atroces delitos? Uribe ya nos ha demostrado a lo largo de su trayectoria política de lo que es capaz con tal de destruir a sus rivales; Claudia, que apenas comienza su vida pública y aspira a llegar al Palacio de Nariño, nos da pequeños vestigios de a dónde puede llegar con tal de imponerse. Si esto hace de precandidata presidencial, ¿qué podría hacer con todo el poder del Estado en sus manos?  El poder puede transformar a las personas. ¿Ya hemos olvidado los discursos conciliadores y sosegados de Hugo Chávez y Nicolás Maduro hasta antes de hacerse elegir presidentes y cómo mutaron una vez lograron su objetivo? El fanatismo, en cualquiera de sus manifestaciones, y aún con un fin tan altruista como la lucha contra la corrupción, siempre será un peligro: los peores crímenes en la historia de la humanidad se han justificado en la necesidad de alcanzar objetivos superiores y loables.

Bien decía Vladímir Ilich Uliánov, mejor conocido como Lenin, que “los extremos se tocan”. Las oposiciones más radicales, por su extremismo, terminan coincidiendo en agenda. López y Uribe, Trump y Maduro, por diferentes que puedan parecer, son dos caras de una misma moneda.

Es necesario recuperar el debate político y trascender este tipo de argumentación rastrera que enloda y desdibuja la carrera por el poder. Si Colombia quiere hacer un tránsito exitoso al postconflicto, debemos exigir a nuestros líderes discusiones fundamentadas en propuestas y no en señalamientos tendientes a comparar prontuarios criminales; actitud que no aporta nada diferente a polarizar aún más una sociedad ya bastante dividida.

Adenda: voté en 2002 por Álvaro Uribe a la presidencia, y en 2014 por Claudia López al senado; en ambos casos actué con profunda convicción. Hoy soy consciente que esos votos fueron un error: un extremo no se combate con otro.

Abogado de la Universidad Externado de Colombia. Especialista en Gestión Pública de la Universidad de los Andes.