EL OTRO LENIN

Opinión Por

No llegó en tren proveniente de Zúrich. A su llegada no lo esperaban comités bolcheviques o grupos de obreros, marineros y soldados. Con su retorno, no llegó la promesa de pan para el pueblo empobrecido, paz para que su país se margine de una gran guerra, tierra para la gran masa campesina desposeída que lucha contra rezagos feudales, u otorgar a unos soviets de diputados obreros el impulso necesario para llevar adelante una revolución.       

Este Lenin arribó a la mitad del mundo el 27 de septiembre de 2016. En Ginebra, hasta entonces su lugar de residencia, había sido el Enviado Especial de las Naciones Unidas para Asuntos de Discapacidad, cargo que ocupó una vez dejó la vicepresidencia del Ecuador en 2013. A su llegada al aeropuerto de Tababela, le esperaban un nutrido grupo de seguidores con quienes se dirigió en una caravana hasta la tribuna sur ubicada en la avenida de los Shyris desde donde realizó la modesta oferta de “mano tendida a quienes quieran dialogar”.    

Así se hizo candidato presidencial en la Convención Nacional de Alianza PAIS, muy a pesar de la voluntad de Rafael Correa quien prefería a Jorge Glas, su entonces vicepresidente y actualmente en el mismo cargo, pero a quien las encuestas no favorecieron. Su liderazgo y las responsabilidades en la política social de la Revolución Ciudadana, brindaron a este Lenin un aura de carisma del que carecía el frío técnico que representa Glas.        

Sin Correa en la contienda electoral -lo que debe reconocerse como un acto de fidelidad a la promesa de no reelegirse que realizó en 2013-, Lenin asumió una campaña presidencial en medio de dificultades: los efectos económicos adversos que trajo consigo el terremoto de abril de 2016, la caída abrupta de los precios del petróleo –fuente privilegiada para la sostenibilidad económica del país-, el pago de una sanción por 1.100 millones US$ a la Chevron tras un arbitraje internacional, factores estos que redujeron la inversión estatal y que permitió que el desempleo y la reducción de ingresos ocuparan un lugar central en las preocupaciones ciudadanas.      

Pese a la adversidad, Lenin Boltaire Moreno Garcés triunfó en segunda vuelta frente al miembro del Opus Dei y banquero Guillermo Lasso y es hoy el presidente constitucional del Ecuador. Esta condición, que pareciera una obviedad, es lo que omiten quienes tejieron un manto de duda sobre las elecciones y por esa vía intentaron desconocer el resultado, olvido en el que, paradójicamente, coincide actualmente el expresidente Correa y un sector del partido oficialista Alianza PAIS.

Desde el pasado 24 de mayo, día en que se posesionó, y a menos de un mes en el poder, Lenin Moreno ha tenido que gobernar con lo que pareciera tendencia en la región: la sombra de un expresidente. Contrario a su antecesor y en regla con el tono conciliador de la campaña, el actual presidente ha dado apertura a un escenario de deliberación pública, algo que debe ser visto como un síntoma positivo considerando los altos niveles personalismo que ha tenido la Revolución Ciudadana y los gobiernos posneoliberales que representaron el denominado “giro a la izquierda”.

Si consideramos el apretado margen que supone ganar unas elecciones con el 51.16% de la votación, el decretar el Diálogo Social Nacional es, sin duda, una manera de ampliar el margen de respaldos que se requiere para ejercer la gobernabilidad necesaria en un país que estuvo polarizado durante una década.

Vista así, la propuesta de Lenin no sólo es ciertamente audaz si se le compara con su homólogo Maduro, quien ganó la presidencia por un margen similar, sino una actuación democrática sana que reconoce que el ejercicio de gobierno se realiza para todo un país, incluso por el que no votó por él, y cuya participación en la construcción de lo que se considere el interés general es necesaria.      

En la búsqueda de ensanchar la base social con que fue elegido, Lenin podría socavar estos respaldos iniciales, un efecto no deseado y para nada descabellado si se considera que un sector de Alianza PAIS que proviene de una variante más tradicional de la izquierda ecuatoriana ya expresó sus desacuerdos con los diálogos abiertos sostenidos con Dalo Bucaram, Paco Moncayo y Cynthia Viteri, así como el acercamiento con el movimiento indígena.

Aunque se tenga un proyecto político definido, entablar intercambios deliberativos no debería ser visto como una “claudicación” o “traición” como afirma Correa y quienes le guardan estricta fidelidad. Vale recordar que los gobiernos posneoliberales emergieron como producto de la profunda crisis económica y social que produjo la desregulación de los mercados, sus efectos nocivos, así como la crisis de los partidos tradicionales –“partidocracia” en Ecuador-, realidad política que exigió la conformación de amplias bases democráticas y sociales para producir el cambio que llegó con el ascenso de regímenes que definieron su horizonte mediante nuevas cartas constitucionales.       

Una democracia social que reduce la pobreza y genera oportunidades mediante el crecimiento económico, algo que innegablemente tuvo Ecuador con Rafael Correa, se fortalecería al estimular una democracia política que respete efectivamente la división de poderes, amplíe la participación ciudadana en la vida pública y luche decididamente contra la corrupción.

Estas condiciones podrían desarrollarse en mejores condiciones de renovarse los liderazgos sin dejar de estar vigilantes a su desempeño. Esperemos que Lenin Moreno pueda ser este tipo de líder, que este sea el contexto del Ecuador y, sobre todo, que pueda gobernar sin tener que acudir a la defensa diaria contra el fuego amigo.

Historiador de la Universidad Nacional de Colombia, con una Maestría en Ciencia Política (FLACSO - Ecuador), . Investigador y analista de historia social y política comparada de cambio de regímenes políticos, violencia política y calidad de la democracia en América Latina siglos XIX y XX, cuyos resultados han sido publicados en libros y revistas especializadas.