Hace ya varios años, nos reunimos con un gran amigo; para ese entonces, gerente del Instituto Departamental de Acción Comunal de Cundinamarca (Idaco), conocedor de esa materia como ningún otro. Pensábamos en establecer una estrategia que permitiera que las Juntas de Acción Comunal (JAC) pudieran contratar los recursos públicos y hacer sus propias obras. Fue así como diseñamos con Jorge Emilio Rey Ángel (hoy exgobernador de Cundinamarca) las obras de impacto social, la formulación de proyectos de importancia para las comunidades, tales como placahuellas, obras de arte viales, polideportivos, salones comunales, mejoramientos de vivienda, temas ambientales, gestión del riesgo y acueductos rurales, entre otras tantas.
Esa era la excusa perfecta para generar un mecanismo de integración de la sociedad alrededor de una causa colectiva, buscar recomponer el tejido social de los territorios; detrás de la obra viene la solidaridad y la empatía, volver a ver al vecino, volver a saludar al del frente, volver a trabajar de la mano, volver a ser amigos.
Para ese entonces, la recién expedida Ley 1551 permitía la opción de hacer los convenios solidarios, solo bastaba establecer las metodologías (lo cual hicimos), determinar condiciones (también se hizo), organizar componentes técnicos, administrativos, financieros y ambientales (igualmente, se logró) y el más importante de todos, vencer el temor de entregar la plata a los comunales para que ellos mismos ejecutaran sus obras. Y esto sí que lo teníamos claro, sabíamos que ellas y ellos estaban listos, esperando una oportunidad para materializar su gestión y ayudar a transformar sus territorios. Y hoy, los comunales demostraron con creces que ha valido la pena.
¿Cuál era el temor? ¿No sabían utilizar el recurso? ¿No tenían experiencia? ¿No sabían de obras? ¿Les quedaría grande?
Para nosotros nada de eso importó. Decidimos atrevernos, lanzarnos al ruedo y salió muy bien, porque resulta que sí saben utilizar los recursos, son expertos; ahora, saben de obras y, por supuesto, nada les queda grande, lo hacen muy bien y hasta rinde más la platica. Cada peso en manos de un comunal se convierte en dos, tres y hasta cuatro pesos, incluso, aportan para el sancocho de la inauguración.
Hoy, cuando vemos que aquella estrategia de desarrollo comunitario se ha convertido en uno de los programas más importantes de los últimos tiempos, que ha permitido llegar a todos los rincones de Cundinamarca, que se ha logrado descentralizar y hacer verdadera gobernanza, estamos seguros de que ha valido la pena.
Hoy, los comunales de Cundinamarca son ejemplo del trabajo solidario más importante de este país.
Y fue acá, en esta tierra, en Cundinamarca, donde lo logramos.
Es un verdadero orgullo haber sido parte de ese gran triunfo de las comunidades; lo soñamos y lo hicimos realidad.
Si existe una herramienta que permita la inversión pública para llegar a todos los rincones del territorio colombiano, es la acción comunal.
Históricamente, el Gobierno Nacional ha sido incapaz de resolver las necesidades de las comunidades rurales distantes, por dos cosas; la primera, por falta de voluntad, y, la segunda, por incapacidad.
Por ello, les quiero presentar la fórmula mágica para lograr que esta diversidad geográfica, natural, cultural y étnica, pueda recibir, invertir y ejecutar los recursos públicos de la mejor forma posible, con el amor, el sentido de pertenencia y la honestidad que necesitamos para intervenir y contrarrestar esas grandes dificultades que generan tan profundas y vergonzantes desigualdades.
¡Vengan a Cundinamarca y acá les decimos cómo es!
Hoy, gracias al ejemplo que damos en esta tierra, hemos logrado, en el marco de la hermandad con otros departamentos, mostrarles el camino de la exitosa experiencia, incluso, la misma Nación se motivó y el Ministerio del Interior destina ahora recursos, que, aunque importantes, siguen siendo insuficientes para atender desde un solo flanco tantas necesidades por resolver.
Desde el panorama nacional, necesitamos más inversión, necesitamos categorizar este modelo como una modalidad de contratación convencional, necesitamos más hechos y menos promesas, necesitamos más disposición de los entes nacionales, necesitamos más posibilidades para buscar el bienestar y el desarrollo de las comunidades que anhelan cambios y transformaciones, necesitamos reformas verdaderas inspiradas en las experiencias y capacidades de la gente organizada y la búsqueda de la satisfacción de las expectativas de los comunales.
NO necesitamos reformas insulsas, vanas y oportunistas que ilusionen a la gente, necesitamos reformas serias y coherentes. Necesitamos menos discursillos y más intervención.
¡Colombia necesita más acción!