Las guerras siempre cobran vidas inocentes, las guerras no son hechas por quienes las planean, son hechas por quienes las padecen, las guerras y la violencia en general son las últimas medidas de un amplio arsenal que tiene el Estado para garantizar el orden.
Vivimos en tiempos donde Colombia vuelve a hablar de guerra, sea contra la amenaza del ELN, o sea por las constantes insinuaciones de un conflicto con Venezuela, y para enmascararlo se ha vendido de todas las formas, como una amenaza propiamente terrorista, como un conflicto ideológico que amenaza (sea la derecha o la izquierda) con la propagación de un pensamiento que sería (según el bando escogido) nocivo para la sociedad, o incluso como un “mal necesario” que garantizará la paz (o en realidad la pacificación a través del exterminio del contrario).
Entonces, ¿Dónde quedó la democracia?, ¿Dónde quedaron los tratados, leyes, y acuerdos que hablaban de paz?, ¿Nada se aprendió de los años de derramamiento de sangre (que no han terminado) sobre la imperiosa necesidad de anteponer la paz a la sed de venganza?
Otro discurso al respecto es el de la legalidad, un asunto sumamente importante, pues el cumplimiento de la ley es la columna vertebral de un Estado de derecho, pero ahora se usa para tapar las palabras guerra, violencia y muerte, claro que los límites en el lenguaje empleado son complejos, ¿Quién se opone a la ley, su aplicación, o estricto cumplimiento?, nadie.
Entonces estamos de acuerdo en que está en manos del Estado mantener para sí el uso de la fuerza, así como garantizar la aplicación de la Ley, pero esos principios simples no son completamente inflexibles, si todo se tratara de crear una ley, aplicarla y así “pacificar” al país, no existiría la política, pero la creación, aprobación, y aplicación de las leyes, la garantía de que evitarán grandes conflictos, pasan transversalmente por la política.
El gran problema hoy es el “cómo” lograr paz, y después de crear por tantos años herramientas institucionales, movilizaciones sociales y de padecer su ausencia, parecería que lo más importante para los colombianos debería ser eso, pero el debate político al respecto hoy está muy lejos de concentrarse en la paz.
Quizás, en lugar de mantenernos en la agenda del cumplimiento o no de protocolos con el ELN, en si Estados Unidos enviará 5000 efectivos o no al país, en sí Venezuela está pensando dar el primer golpe, la pregunta al presidente debería ser el “cómo” evitar a cualquier costo perder vidas en los territorios donde el ELN quiere ser o ya es el “Estado”, y antes de decir que la respuesta es está exclusivamente en la presencia de las Fuerzas Armadas, bien cabe preguntarnos si nuestros militares son la única forma de llevar Estado a estas poblaciones que llevan décadas de tragedias y abandono, en temas como salud, educación y oportunidades laborales. Quizás deberíamos preguntar al presidente “cómo” evitar al máximo un conflicto con Venezuela, y pláceme decir que tanto el canciller como el presidente han hablado de evitar cualquier acción bélica, entonces por qué no pedirle lo mismo al nuestro “ilustre” aliado estadounidense (al menos pedirlo, un acto en sí mismo ilustrativo de la negativa de guerra que predica nuestro gobierno).
Me temo que no nos salvará el discurso de “amigos y enemigos de la paz”, tampoco el fabuloso “son ellos o nosotros”. Claro que las Fuerzas Armadas deben seguir adelante protegiendo al país de un grupo insurgente, y claro que el país debe seguir pendiente de la tragedia que ocurre en Venezuela y que seguirá enviando miles de venezolanos víctimas de ese régimen fuera de su país, pero quizás es hora de hacernos las preguntas correctas, sobre el “cómo” hacer de todo esto algo más humano, y exigirlo a nuestros políticos.