Esta semana inicia la tercera ronda de negociaciones entre el Gobierno Nacional y el ELN, esta vez sobre temas como el desminado humanitario y la participación social. Pero quizá uno de los puntos cruciales de la negociación sea el cese al fuego bilateral que está proponiendo el grupo guerrillero, con lo cual el país vería reducidas casi a “cero” las confrontaciones armadas entre el ejército y un grupo al margen de la ley. Esto es una noticia importante porque la ciudadanía, a la par que avanza en la concreción de acciones políticas para garantizar una paz estable y duradera, le da credibilidad al proceso porque en el ambiente social en el que vive, desaparecen las incursiones armadas, los hostigamientos a la población civil y demás actos terroristas, con lo cual las personas ven satisfechas sus expectativas de un entorno libre de violencia.
Semanas atrás se publicó una imagen entre miembros excombatientes de las Farc-EP con excabecillas de grupos paramilitares, que se reunieron alrededor de una mesa – dejando atrás su pasado y diferencias ideológicas – para hablar de sus vidas, del gobierno y sobretodo del país que entre todos queremos construir. Hubo múltiples reacciones al respecto, lamentablemente muchas de inconformidad y sarcasmo relacionadas con la posible entrega del país a la delincuencia. Personalmente, celebré este espacio por el convencimiento que tengo en mantener un diálogo permanente como condición para avanzar en el camino hacia la paz, independiente de los actores con los que haya que dialogar, siempre que se haga de manera abierta y dentro de los márgenes legales.
Desmond Tutu, el clérigo anglicano que luchó sin tregua contra el régimen Apartheid, manifestaba que quien desea la paz no habla con sus amigos, sino con sus enemigos. Esa conciencia nos debe lleva a entender que necesariamente en nuestro pasado violento existen actores contrarios, pero que en la paz son pares a quienes tenemos que reconocer y que son una pieza indispensable para construir un país pacífico. El diálogo nos hace iguales ante una realidad que es desigual y evita – según la teoría del conflicto- que las tensiones propias de una sociedad que quiere un cambio, escalen hasta llegar a la violencia directa.
Así las cosas, nuestro compromiso como ciudadanos es desestimular en la cotidianidad, incluso desde el lenguaje, las acciones que impiden que nuestro país avance hacia la paz. No podemos bajo ninguna circunstancia volvernos amigos de la guerra. Hagamos que la guerra sea una esas malas historias que no habitan ni siquiera en nuestro recuerdo, para que soñemos y vivamos la paz como una realidad posible que concretamos a través del diálogo, de nuestras buenas intenciones y sobretodo de nuestras acciones.